La Correspondencia de España, 30
de marzo de 1921 (1)
COMENTANDO
¿Qué habrían dicho de Leopoldo
Romeo como autoridad gubernativa si cuando la viruela atacó a millares de
habitantes de Madrid, llegando a morir cerca de 200 en un mes, hubiese cogido a
los variolosos y bien custodiados los enviara a sus respectivos pueblos? Todos
le habrían acusado con razón sobrada de haber difundido el virus por toda
España, y de ser responsable de que la Península hubiese sido invadida por la
viruela. Pues el revolucionarismo y la viruela se parecen no poco en su
virulencia contagiosa, y si aconseja la medicina que en vez de difundir los
focos variolosos se concentren para mejor vigilarlos y dominarlos, así también
la sociología y el arte de gobernar aconsejan que no sean diseminados los
propagandistas revolucionarios.
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Cada vez que leo que tal o cual gobernador–no aludo en particular-ha echado la red y ha cogido a unos cuantos «peligrosísimos propagandistas y organizadores de la revolución social», me echo a temblar, por tener la seguridad de que a los pocos días leeré que los tales revolucionarios «han sido enviados en conducción ordinaria a sus respectivos pueblos de naturaleza». ¡Algo así como si el Director del Instituto de Alfonso XII fuese recogiendo los perros rabiosos de Madrid y de cuando en cuando enviase una expedición a los pueblos donde no hubiese rabia! ¡Oh, la ciencia nueva de gobernar! Cuando tales cosas leo y luego las palpo en la realidad de la vida social, me pregunto si estoy yo loco o lo están los demás. Y como yo no estoy loco, y aun discurro bien, deduzco que quienes están locos son quienes así gobiernan
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Vamos a discurrir serenamente
cinco minutos. O esos revolucionarios son peligrosos o no lo son. O son
organizadores capaces de hacer prosélitos o no lo son. ¿Lo son? Pues más
peligrosos serán en donde no los haya o haya pocos que donde haya muchos. Diez variolosos
más donde hay cien, no aumentan el foco de infección. Diez variolosos donde no
hay ninguno, crean el foco de infección. Las medidas adoptadas para una
epidemia, lo mismo la dominan con un número mayor o menor de atacados, si las
medidas son adecuadas a la dolencia. En cambio, un solo atacado puede llevar el
contagio a una localidad limpia de infección.
Decía antes que o son peligrosos o
no lo son, y que si eran peligrosos más lo serán en pueblos pequeños que en
pueblos grandes. La razón es sencilla, por ser la convivencia mayor. Por eso
hemos visto siempre que en cuanto se instaló en un pueblo un propagandista
revolucionario nació al momento una organización revolucionaria, surgiendo como
por encanto, pues en las localidades pequeñas es más fácil aún que en las
grandes desarrollar el proselitismo, por estar los espíritus más incultos e
ineducados y haber más miseria aún que en las ciudades.
El sistema de las evacuaciones no
pasa de ser cómodo: pero es desastroso, y a él más que a nada se debe la
extensión tan grande alcanzada por la propaganda revolucionaria. La mejor
prueba está en la protesta de los pueblos en cuánto surge uno de esos propagandistas,
pidiendo a voz en grito que de allí lo expulsen y en paz los dejen.
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Todavía sería disculpable el
sistema si el señalamiento del domicilio forzoso fuese adoptado después de un
paternal consejo a título persuasivo; pero, por desgracia no es así. Por regla
general es tomada esa medida después de unos días o meses de prisión
gubernativa y realizada en conducción ordinaria. Si el expulsado es casado, el
conflicto para trasladar la familia es pavoroso, siendo frecuente ver la
familia caminar detrás del conducido, casi siempre llegan al respectivo pueblo
«vomitando hiel”. Ese hombre. Si era un revolucionario, se hace más
revolucionario aún. Y si no lo era lo va haciendo poco a poco el odio. En el
pueblo es siempre un propagandista, y raro es un individuo deportado, como
ellos dicen, a quien no aureolan en seguida los jornaleros como a mártir de una
idea favorable para su causa.
Yo profeso la teoría contraria. No
es peligroso que vaya el varioloso donde hay viruela, ni el tífico donde hay
tifus, ni el colérico donde hay colera. Uno más o menos, ¿Qué importa? Lo
peligroso es lo contrario ¿Qué le importas de Rusia, recibir un par de docenas
más de Lenines y de Trotskys? En cambio, no le haría gracia a Europa que le
enviasen a cada ciudad unos cuantos, pues en donde caen hay ruido.
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Es preciso que los gobernantes
reflexionen serenamente acerca todo esto. ¿Hay revolucionarios en una ciudad?
Pues que sus autoridades los vigilen, preocupándose de todo lo contrario de lo
que hoy se preocupan. Hoy se preocupan de echarlos y yo creo que deben
preocuparse de que no se muevan. ¡Ya ven los gobernantes de qué modo tan
distinto pensamos! Ellos piensan en que el revolucionarismo debe ser sembrado a
boleo en todos los campos de España, mezclado además con las semillas de la
venganza y del odio. Yo opino que debe ser circunscripto a campos cada día más
y mejor vallados, procediendo a un cuidadoso paternal cultivo para que poco a
poco vayan desapareciendo las malas plantas y con ellas las malas semillas.
Sé que pierdo el tiempo. Para
entenderme hacen falta muchas cosas, y la mayor parte de ellas no caben en
cabeza de gobernante. Con que me entiendan los lectores, y ésos sé que me
entienden, ya tengo bastante. ¿Verdad, lectores, que Dato viviría si en, vez de
evacuar a los rabiosos se fuesen concentrando y se impidiese cuidadosa y
paternalmente su salida? Cuando el cólera está en la India, Europa está
tranquila ¿Qué hace para que el cólera no llegue a ella? Pues... ¡no dejar que
los coléricos se embarguen y a Europa lleguen!
¿Dónde diablos estará escondido el sentido
común que tan difícil es encontrarlo?
JUAN DE ARAGON
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