Leopoldo Romeo solicita urgentemente un Ejercito nuevo y actualizado
La Correspondencia de España, 25
de noviembre de 1905
CUESTIONES NACIONALES
LO MAS URGENTE
Tenemos necesidades de hoy, que no
pueden ser dejadas para atenderlas mañana, pues cada momento que pasa sin
atenderlas redunda en daño de la patria. Y una de esas necesidades, tal vez la
que con mayores apremios reclama ser atendida, es la que se refiere al material
de guerra, inútil por antiguo, y peligroso por inútil.
Tener un solo momento más al
Ejército sin elementos de ataque y sin medios de defensa, es suicida,
demandando el patriotismo que urgentemente se provea a remediar este vergonzoso
slatu quo, con el cual es imposible toda tranquilidad interior y toda tendencia
de relación internacional, porque la vida patria necesita estar garantizada por
la fuerza, y a las naciones extrajeras no les placen las amistades con quienes
carecen de medios de ataque y de defensa. Tales pueblos valen más para
enemigos, por ser conquistables, que para amigos, por ser débiles que ninguna
ayuda pueden prestar.
Si Romanones ha acudido solicito y
presuroso a remediar el hambre, por medio de créditos extraordinarios, Weyler
debe acudir a remediar esa vergüenza nacional, recurriendo a análogo sistema. Y
debe recurrir a ello con urgencia, porque como el material de guerra no se
improvisa y es necesario encargarlo con tiempo, conviene no demorar meses lo
que es necesario cuanto antes, hoy mejor que mañana.
Nadie a ello se opondrá, porque ya
sabe el país, por dolorosas, sangrientas y costosas experiencias, que las mal
entendidas economías en Guerra, con el colmo del despilfarro. Esto, que parece
paradoja, es verdad irrefutable, como lo demuestra lo que nos sucedió en la
guerra. Nosotros, por ahorrar cientos de millones, perdimos millares, y los
Estados Unidos, que no ahorraron, que gastaron á tiempo, recogieron mil por
uno.
Pensad en lo que hubiese sucedido
si España tuviera defensas y barcos cuando la guerra, y os convenceréis de que
el gasto, es en ocasiones productivo, y el ahorro es, en cambio, más costoso
que todos los despilfarros imaginables.
Cierto es que no hemos aprendido,
que no hemos escarmentado; pero no es menos cierto que ya es hora de
escarmentar y de aprender, llevando á la conciencia nacional, no ideas de falsa
populachería, gratas a la plebe, sino verdades de patriótica conveniencia,
saludables para el bienestar nacional.
Yo he censurado duramente,
sangrientamente, casi brutalmente, a Weyler, por no haber tenido arrestos para
imponerse dictatorialmente cuando pudo hacerlo en bien de la patria, y seguiré
igual conducta si ahora cede à presiones de menuda política, renunciando á sus
proyectos de reconstitución militar. Y lo censuraré no como otros, por lo que
hizo, sino por lo que dejó de hacer, pues yo he sostenido y sostengo, que del
desastre no tenemos derecho alguno á hacer culpable á nadie, por la razón
contundente de que todos fuimos culpables y ninguno tiene autoridad bastante
para aplicar al prójimo responsabilidades por todos compartidas. Fuimos todos
culpables, altos y bajos, Prensa y Parlamento, aristocracia y pueblo, civiles y
militares, todos, en una palabra, porque el desastre fue producto de errores
nacionales, y los errores nacionales no pueden nunca ser atribuidos a personas
determinadas. Aquello es historia. Ahora debemos preocuparnos, más que del
pecado, de la enmienda, y yo exhorto al ministro de la Guerra a que se
enmiende, gobernando el Ejército como él quiere ser gobernado: con iniciativas
y con arrestos.
La conciencia nacional se ha dado
cuenta exacta de que así es imposible continuar, y como la opinión sensata no
se opone a nada que sea justo y conveniente, ha llegado momento de que Weyler
plantee claramente el problema, hablando a la nación palabras de verdad y
diciéndole sin rodeos que no tenemos Ejercito y que necesitamos tenerlo, y para
tenerlo no hay más que una solución: hacerlo de nuevo.
Claro es que tenemos soldados,
hombres; pero eso no es hoy Ejército. Lo era antes, cuando el arma blanca,
cuando el fusil de corto alcance, que permitía el cuerpo a cuerpo. Hoy no,
porque hoy, el factor hombre necesita el factor mecánico, la máquina moderna,
que hace en muchas ocasiones estériles los ardimientos del corazón y da el
triunfo á las reflexivas y matemáticas combinaciones de la que podríamos llamar
mecanisterla militar.
Weyler no debe esperar á que las
Cortes se reúnan, porque las Cortes son el manzanillo de todo lo bueno para la
patria. Allí todo se convierte en política, y cualquier charlatán puede
desbaratar sus proyectos con un chiste ó con un párrafo de huera palabrería.
Hay que resolver esos asuntos por
decreto, a raja tabla, dictatorialmente, porque se trata de la salud de la
patria y esa salud no puede estar esperando á que se reúnan en consulta los
curanderos políticos.
Hacen falta cañones, hacen falta
defensas terrestres, hacen falta elementos sanitarios, hacen falta servicios de
telegrafía, etcétera, etc., y por ser indudable que hacen falta, es pueril
aguardar a que las Cortes lo confirmen. Y sobre todo, en lo que al material de
artillería se refiere, ¿qué van á decir las Cortes que no pueda ser dicho por
los técnicos, ni qué van á resolver que no pueda y deba ser resuelto por el
ministro?
Ya lo sabe el general Weyler. La
patria no puede continuar indefensa, a merced de cualquier salteador
internacional, y además necesita ir preparando su dote para cuando se alíe con
alguna de las Potencias que hoy nos hacen el amor.
Hacerlo hoy, será patriótico y será oportuno. Hacerlo mañana, tal vez sea tardío y funesto.
Juan de Aragón.
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