La Correspondencia de España, 19
de enero de 1921 (1)
COMENTANDO
España puede y debe tener una
agricultura azucarera que le permita ser productora de azúcar blanco
Decía en un comentario anterior
que el problema azucarero era el más difícil de cuantos tenía planteados
España, y que no me atrevía a otra cosa que a estudiarlo. Son tan complejos los
intereses y los factores que en ese problema intervienen, que cualquier
solución impremeditada y aparentemente buena podría producir un desastre
económico, financiero, agrícola y social, sin beneficio para el consumidor. Por
eso me atrevo a recomendar a todos serenidad y aun aconsejarles que estudien el
problema en su conjunto, en todos sus aspectos, sin apasionamiento ni prejuicios.
Diré antes de analizar el problema
que no ha sido producido el encarecimiento solamente por los fabricantes. Es
notorio que el promedio del precio del azúcar de la última campaña no paso de
2,30 pesetas, en las Azucareras de Aragón, y sin embargo el público lo pagó a
3, a 3,50 y hasta 4 pesetas en algunas provincias. El acaparamiento y la
sordidez de los intermediarios fueron los culpables, sin que pudiese achacarse
tal alza a la industria. Ahora mismo, ¿no es acaso desproporcionada el alza de
los dulces y las confituras con el precio del azúcar? Por mucho azúcar que
entre en un kilogramo de marrones, o de batatas, o de pasteles, o de chocolate,
o de mermeladas, o de cualquier producto azucarado, ¿hay razón para el precio
que han alcanzado esos productos? Quiere esto decir que el consumidor de azúcar
tiene razón para protestar contra el precio del azúcar, pero que no tienen
razón para protestar los transformadores, pues si los fabricantes han abusado
del consumidor como uno, han abusado de él los transformadores como cinco.
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Ante mis ojos tengo una prueba
abrumadora. Doce pasteles, un kilo de batata confitada y un kilo de marrón
glacé, acabados de comprar en casa de Prast, han costado la friolera de 27
pesetas y como en todo ello no ha sido empleado ni un kilo de azúcar, no habrá
influido mucho el llamado latrocinio azucarero en la excesiva elevación de
precio de las confituras y pasteles. Hasta ahora no he leído ninguna
comunicación de la Cámara de Comercio, de la que es dignísimo Presidente el
senador vitalicio D. Carlos Prast, protestando contra el abusivo precio de los
pasteles, de los dulces, de los bombones y de cuantos productos constituyen la
industria de que es afortunado propietario el simpático confitero de la Calle
del Arenal, que se asusta de que un kilo de azúcar valga dos pesetas, y está
encantado cobrando por doce pastelitos tres pesetas por doce pastelitos de lo
más vulgar en su clase, entre ellos una palma-, por un kilo de batata seis
pesetas y por un kilo de marrón glacé nada menos que diez y ocho pesetas, aun cuando
las castañas no sean cosa del otro jueves.
Todo esto quiere decir que es
defecto muy español el ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en propio. ¿Quieren
los lectores mayor viga que la viga que tiene clavada en sus ojos el simpático
y afortunado Presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, vendedor de marrón
glacé a diez y ocho pesetas el kilogramo, a la misma hora en que vale el azúcar
en las tiendas a 1,75 el kilogramo y las castañas aún no son artículos de lujo?
El problema es tan grave, tan
difícil, tan complicado, de unas consecuencias tan transcendentales para la
vida económica y agrícola española, que será preciso estudiarlo sin ningún
género de prejuicios, diciendo las verdades a todos, lo mismo a fabricantes que
a agricultores, igual a intermediarios que a consumidores, para que de esas
verdades pueda ser deducida una verdad suprema: la conveniencia del país y no
la conveniencia de tal o de cual entidad o clase social.
Confío en que cuando haya
realizado este estudio que me propongo sea lo más corto posible, lograré llevar
al espíritu de todos el convencimiento de que tienen el deber de transigir para
defender su propia vida. Tal vez no guste lo que diga ni a agricultores, ni a
fabricantes, ni a intermediarios; pero no me importa, pues no me propongo
adular a nadie. Me propongo única y exclusivamente buscar una fórmula que salve
a todos de una ruina inminente y que impida el que España vea desaparecer una
industria de transformación que costó establecer muchos años y muchos
centenares de millones.
El día que eso sucediese,
estaríamos mil veces peor que ahora, pues nos veríamos a la merced de cualquier
acaparamiento que en un momento dado nos obligase a pagar el azúcar al precio
que le diese la gana. Antes de matar nuestra industria, tenemos la obligación
de salvarla, obligándola a desenvolverse en condiciones que hagan del
consumidor su asociado v no su esclavo.
Por ser español, por ser diputado
aragonés mi inseparable compañero Leopoldo Romeo, por ser consumidor, y por ser
defensor entusiasta de cuanto es riqueza española, tengo el deber ineludible de
contribuir en la medida de mis fuerzas a que la conveniencia nacional triunfe,
y triunfará, aun cuando la Cámara de Comercio se empeñe en olvidarse de que si
es censurable y digno de protesta que el azúcar esté caro, digno de protesta y
censurable también es que su Presidente venda los productos elaborados con azúcar
a precios que no son otra cosa que un inconcebible e intolerable abuso, acaso
por aquello de que…¡una cosa es predicar y otra dar trigo!
JUAN DE ARAGON
(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do
Imagenes: Pixabay.com
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