jueves, 27 de febrero de 2025

A128 AGRICULTURA AZUCARERA ESPAÑOLA

 

 

La Correspondencia de España, 19 de enero de 1921 (1)

COMENTANDO

España puede y debe tener una agricultura azucarera que le permita ser productora de azúcar blanco

Decía en un comentario anterior que el problema azucarero era el más difícil de cuantos tenía planteados España, y que no me atrevía a otra cosa que a estudiarlo. Son tan complejos los intereses y los factores que en ese problema intervienen, que cualquier solución impremeditada y aparentemente buena podría producir un desastre económico, financiero, agrícola y social, sin beneficio para el consumidor. Por eso me atrevo a recomendar a todos serenidad y aun aconsejarles que estudien el problema en su conjunto, en todos sus aspectos, sin apasionamiento ni prejuicios.

Diré antes de analizar el problema que no ha sido producido el encarecimiento solamente por los fabricantes. Es notorio que el promedio del precio del azúcar de la última campaña no paso de 2,30 pesetas, en las Azucareras de Aragón, y sin embargo el público lo pagó a 3, a 3,50 y hasta 4 pesetas en algunas provincias. El acaparamiento y la sordidez de los intermediarios fueron los culpables, sin que pudiese achacarse tal alza a la industria. Ahora mismo, ¿no es acaso desproporcionada el alza de los dulces y las confituras con el precio del azúcar? Por mucho azúcar que entre en un kilogramo de marrones, o de batatas, o de pasteles, o de chocolate, o de mermeladas, o de cualquier producto azucarado, ¿hay razón para el precio que han alcanzado esos productos? Quiere esto decir que el consumidor de azúcar tiene razón para protestar contra el precio del azúcar, pero que no tienen razón para protestar los transformadores, pues si los fabricantes han abusado del consumidor como uno, han abusado de él los transformadores como cinco.

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Ante mis ojos tengo una prueba abrumadora. Doce pasteles, un kilo de batata confitada y un kilo de marrón glacé, acabados de comprar en casa de Prast, han costado la friolera de 27 pesetas y como en todo ello no ha sido empleado ni un kilo de azúcar, no habrá influido mucho el llamado latrocinio azucarero en la excesiva elevación de precio de las confituras y pasteles. Hasta ahora no he leído ninguna comunicación de la Cámara de Comercio, de la que es dignísimo Presidente el senador vitalicio D. Carlos Prast, protestando contra el abusivo precio de los pasteles, de los dulces, de los bombones y de cuantos productos constituyen la industria de que es afortunado propietario el simpático confitero de la Calle del Arenal, que se asusta de que un kilo de azúcar valga dos pesetas, y está encantado cobrando por doce pastelitos tres pesetas por doce pastelitos de lo más vulgar en su clase, entre ellos una palma-, por un kilo de batata seis pesetas y por un kilo de marrón glacé nada menos que diez y ocho pesetas, aun cuando las castañas no sean cosa del otro jueves.

Todo esto quiere decir que es defecto muy español el ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en propio. ¿Quieren los lectores mayor viga que la viga que tiene clavada en sus ojos el simpático y afortunado Presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, vendedor de marrón glacé a diez y ocho pesetas el kilogramo, a la misma hora en que vale el azúcar en las tiendas a 1,75 el kilogramo y las castañas aún no son artículos de lujo?

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Ha servido lo anterior para demostrar que quienes hablan del problema del azúcar no siempre hablan con justicia y que cargan al azúcar culpas que no son precisamente de la industria azucarera, sino de otras. Como ese ejemplo podría poner centenares, los de las conservas por ejemplo, caras y malas; pero basta con un botón para muestra, y el botón ha sido de calidad.

El problema es tan grave, tan difícil, tan complicado, de unas consecuencias tan transcendentales para la vida económica y agrícola española, que será preciso estudiarlo sin ningún género de prejuicios, diciendo las verdades a todos, lo mismo a fabricantes que a agricultores, igual a intermediarios que a consumidores, para que de esas verdades pueda ser deducida una verdad suprema: la conveniencia del país y no la conveniencia de tal o de cual entidad o clase social.


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Confío en que cuando haya realizado este estudio que me propongo sea lo más corto posible, lograré llevar al espíritu de todos el convencimiento de que tienen el deber de transigir para defender su propia vida. Tal vez no guste lo que diga ni a agricultores, ni a fabricantes, ni a intermediarios; pero no me importa, pues no me propongo adular a nadie. Me propongo única y exclusivamente buscar una fórmula que salve a todos de una ruina inminente y que impida el que España vea desaparecer una industria de transformación que costó establecer muchos años y muchos centenares de millones.

El día que eso sucediese, estaríamos mil veces peor que ahora, pues nos veríamos a la merced de cualquier acaparamiento que en un momento dado nos obligase a pagar el azúcar al precio que le diese la gana. Antes de matar nuestra industria, tenemos la obligación de salvarla, obligándola a desenvolverse en condiciones que hagan del consumidor su asociado v no su esclavo.

Por ser español, por ser diputado aragonés mi inseparable compañero Leopoldo Romeo, por ser consumidor, y por ser defensor entusiasta de cuanto es riqueza española, tengo el deber ineludible de contribuir en la medida de mis fuerzas a que la conveniencia nacional triunfe, y triunfará, aun cuando la Cámara de Comercio se empeñe en olvidarse de que si es censurable y digno de protesta que el azúcar esté caro, digno de protesta y censurable también es que su Presidente venda los productos elaborados con azúcar a precios que no son otra cosa que un inconcebible e intolerable abuso, acaso por aquello de que…¡una cosa es predicar y otra dar trigo!

JUAN DE ARAGON

(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

Imagenes: Pixabay.com


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