sábado, 22 de febrero de 2025

A126 LAS MEJORES ALEGRIAS

 

 

La Correspondencia de España, 14 de enero de 1921

COMENTANDO

No nos dan las alegrías aquellos a quienes queremos, sino aquellos que nos quieren.

Desde hace días, filosofo acerca de que un tema que tiene mil aspectos, pero que comentaré solamente en el político. El tema es muy sugestivo y podría ser expuesto en la forma siguiente: ¿Qué proporciona felicidad, querer o ser querido?

No teman los lectores que me interne por caminos de romanticismo. Sera este artículo eminentemente político, y acaso después de leerlo digan las gentes que el filosofar de un periodista ha valido para demostrar que en la vida no sirve para nada, absolutamente para nada querer, y que en cambio sirve para todo el que lo quieran a uno. No es el cariño propio, el que profesamos, el que da el premio de la felicidad, sino el ajeno, el que nos tienen, o lo que es lo mismo, de nada sirve consagrar la vida entera a una persona si esa persona no nos corresponde con análoga consagración. Así como en el terreno amoroso, son por regla general las grandes pecadoras las que más alegrías obtienen de la vida, sirviendo cada traición para un nuevo ascenso en la escala del disfrute social- se llega pecando hasta la «Guía Oficial»- así en el terreno de la política es en absoluto inútil que el servidor quiera a su jefe hasta sacrificar por él hacienda y vida. El jefe se ríe de ese cariño, de ese sacrificio, y un día y otro desprecia posterga a quien es su hipnotizado esclavo, y da honores y mercedes a raudales a aquel a quien él quiere, cuando no, como las mujeres prostituidas, a aquel a quien más le ultraja.


En la política, es inútil querer: es preciso ser querido, aun cuando el cariño no haya nacido directamente sino a través de otra persona de quien se guarden áureos o amorosos recuerdos, que en política, no sólo se engendra el cariño por la acción directa del individuo, sino por acción refleja de Mercurio y de Venus a través de los folios de pleitos bien cobrados o de aventuras saldadas en las columnas de la «Gaceta» o en los huecos de un encasillado volcando honores, gracias, mercedes, y cargos sobre los ungidos con la protección de protector.

Es un fenómeno que puede ser observado en todos los partidos políticos. En todos ellos hay hombres que adoran a sus jefes, que por ellos darían la vida, que no les deben nada, ni el acta, que los quieren, como se dice vulgarmente, con entrañable delirio, y que, sin embargo, son postergados en todo momento, a la misma hora en que el Cuerno de la Abundancia es volcado sobre otros correligionarios, a los cuales en cambio idolatran sus jefes.

¿Por más listos? No; que por regla general son idiotas. ¿Por más honorables? No; que con frecuencia no tiene el diablo por donde cogerlos ni en la vida pública ni en la privada ¿Por más leales? Tampoco, que casi siempre son cual langosta, que sólo posa en campo donde se puede engordar. ¿Por qué entonces? Pues sencillamente, por lo que antes decía, porque tienen con ellos deudas que saldar, antiguas o modernas, y las saldan.

Yo conozco en la política muchos casos de ésos, de hombres abnegados, dignos, caballerosos, intachables, que cuando tuvieron fortuna la tiraron por servir «a su ídolo” y no regatearon además riesgos personales, que vivieron siempre pendientes de la mirada de sus jefes, que por servir un mandato suyo habrían dado sangre de sus venas, y que recibieron como única correspondencia a su lealtad, y con intolerable persistencia, a lo que recibe el algo parecido amante de la moza de partido, cuando enfermo y arruinado por ella, demanda de su boca unas palabras de consuelo y de sus manos un apretón efusivo, y obtiene solamente la excusa enviada por la recadera, mientras de él se ríe, recreándose con nueva compañía.

¿Para pasarse toda una vida queriendo, si a la hora en que la correspondencia del cariño consuela, conforta y de medicina sirve, sólo se reciben desdenes?

Ese es. El tema, y no estaría de más que todos meditasen sobre él. Es muy amarga mi deducción, pero es... ¡muy exacta! Las alegrías de la vida no nos las dan aquellos a quienes queremos, sino aquellos que nos quieren.

Por tan exacta la tengo, que a mis hijos les recomiendo se aprendan de memoria este comentario y aún les digo: «No perdáis el tiempo en querer a quien no os demuestre con obras y no con palabras que os quiere, porque solo quien os quiera será capaz de llevar a vuestras vidas algo de alegría cuando os sea necesaria para mitigar las amarguras del dolor.»

JUAN DE ARAGON

https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

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