La
Correspondencia de España, 28 de diciembre de 1920
COMENTANDO
Cien veces he escrito que no me
asusta la guerra, sino la paz, pues sería ruinosa para España
Sé que muchos me califican de
imbécil y no pocos de loco; pero sé también que en cambio gozo de fama de
reflexivo entre multitud de personas. Váyase lo uno por lo otro. Cuando
escribía durante la guerra que me asustaba lo que iba a suceder cuando viniese
la paz, coleccioné multitud de escritos en los que se me llamaba idiota,
imbécil, loco y pesimista. En algunos de ellos se llegaba a decir que España
seria la única nación que se salvaría del naufragio y que esto sería Jauja.
Mis habituales lectores saben que
ese ha sido uno de mis temas favoritos: avisar el peligro que entrañaba el no haberse preparado durante la guerra para la paz, transformando la organización
industrial, mercantil y burocrática de España. Hoy puede decirse que todo está
en quiebra en España, desde el Estado hasta los periódicos pues todo vive
artificialmente: el Estado, a fuerza de déficit enjugado con emisiones; los
periódicos gracias a un anticipo que se suma por decenas de millones. La
industria vive al amparo de un Arancel bárbaro, el comercio se sostiene gracias
a unos precios de venta abusivos, los monopolios quebrarían sin el cotidiano
abuso, y sin miedo a equivocarse puede decirse que toda la riqueza española es
hoy un artificio que se sostiene gracias a una serie de tolerancias del Poder
Público que son inconcebibles.
Hace días fue el «Banco de
Tarrasa» el establecimiento de Crédito que necesitó del auxilio del Banco de
España--¡¡¡ Visca Catalunya!!!— y hoy es el «Banco de Barcelona», ¡el
centenario y bien cimentado «Banco de Barcelona»! quien suspende pagos.
¿Cuántos Bancos españoles no se verían obligados a hacer lo mismo sus
cuentacorrentistas - ¡¡inocentes cuentacorrentistas ¡!-retirasen de ellos sus
fondos, que acaso sean lo único sólido que haya en las Cajas de no pocos
Bancos, de esos que se lanzaron a especulaciones intolerables y que
comprometieron la formación nacional fomentando la compra de monedas y valores
extranjeros? Si fuese posible investigar concienzudamente las carteras de muchos
Bancos y de no pocos. Banqueros; si el Estado pudiese desmenuzar sus fantásticos balances; si la opinión pública conociese al detalle secretos de
cómo se improvisaron colosales fortunas gracias a arriesgadísimas operaciones
realizadas al amparo del crédito, comprendería toda la magnitud del problema
que está planteado a la hora presente en España, y se daría cuenta de todo el
oropel que hay dentro de lo que aparentemente está recubierto superficialmente
de oro. En España, hay que decirlo de una vez, no se ha hecho otra cosa que
especular, y muy pocas son las casas que han comprado al contado las primeras
materias necesarias para sus industrias. Se especuló sobre el trigo, el vino,
el yute, el cáñamo, el algodón, el aceite, las grasas, las pieles, la madera,
los dólares, las libras, los marcos, las liras, las coronas... ¡hasta sobre los
rublos! Mientras se ganó, todo fue bien; pero en cuanto se comenzó a perder
vinieron los apuros, los agobios, los grandes protestos, las suspensiones de
pagos individuales, todo lo que antecede a las grandes catástrofes bancarias.
¿A qué obedece todo esto? Pues es
muy sencillo. Nadie se ocupó de otra cosa que de hacer dinero especulando, y
hasta el apóstol del nacionalismo catalán, el señor Cambó, dejó de pensar en
«Catalunya liure» para dedicar su cerebro al estudio de combinaciones sobre
valores extranjeros. Nadie pensó en transformar sus industrias, en mejorar sus
talleres, en modernizar sus procedimientos de producción: con especular ya
creían que había bastante. Así hemos visto que desde 1914 nada nuevo se ha
hecho, como no sea en Bilbao, donde aún hay sentido de la realidad, y que todo
continúa como antes de la guerra. Los enriquecidos han invertido sus millones
en fincas urbanas y rústicas, en valores del Estado, en valores industriales;
pero nadie se preocupó de mejorar sus propias industrias. A lo sumo, todo lo
que se les ocurrió fue amortizar su capital inicial y desdoblar las
acciones, medio cómodo de defraudar al Tesoro en el pago de impuestos, asunto
este sobre el cual hay mucho que hablar y del que se hablará en momento
oportuno. Mientras tanto continuaba la especulación desenfrenada al amparo de
un crédito ficticio y las operaciones a plazo aumentaban por centenares de
millones.
Está sucediendo lo que
forzosamente tenía que suceder, y una vez más están sosteniendo las
concupiscencias de unos millares de negociantes los demás millones de
españoles, eternas víctimas de su codicia y de sus especulaciones. El regalo
que nos han hecho ha sido la subida bárbara, brutal, intolerable del y Arancel,
para encarecer aún más la vida y para lanzar a la revolución a la clase media,
para la cual no hay redención posible, pues todos los Gobiernos la atropellan
sin piedad.
Lo del «Banco de Tarrasa» y lo del
«Banco de Barcelona» no es otra cosa que el principio de una serie de
dificultades financieras, producidas por errores industriales de especulación
ambiciosa, consecuencia fatal de la apatía en que han vivido las clases
industriales y comerciales españolas desde el año 1914, limitándose a especular
con las primeras materias y a aumentar cada vez más los precios de los
artículos manufacturados y vendidos. Una vez más acudirá Cataluña al Poder
Central, al maldecido Poder Central, en demanda de paternal auxilio, y una vez
más le será concedido; pero mucho me temo que sea inútil, pues el mal no radica
sólo en el accidente momentáneo de la falta de crédito, sino que se asienta en
la esencia del régimen de la especulación.
Al ver cuanto está sucediendo, acaso digan quienes me leyeron antaño y me leen hogaño, que no estaba loco, ni era imbécil, sino que cuerdo estaba y con sentido común discurría.
JUAN DE
ARAGON
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