miércoles, 12 de febrero de 2025

A124 NO ME ASUTA LA GUERRA, ME ASUSTA LA PAZ

 

 

La Correspondencia de España, 28 de diciembre de 1920

COMENTANDO

Cien veces he escrito que no me asusta la guerra, sino la paz, pues sería ruinosa para España

Sé que muchos me califican de imbécil y no pocos de loco; pero sé también que en cambio gozo de fama de reflexivo entre multitud de personas. Váyase lo uno por lo otro. Cuando escribía durante la guerra que me asustaba lo que iba a suceder cuando viniese la paz, coleccioné multitud de escritos en los que se me llamaba idiota, imbécil, loco y pesimista. En algunos de ellos se llegaba a decir que España seria la única nación que se salvaría del naufragio y que esto sería Jauja.

Mis habituales lectores saben que ese ha sido uno de mis temas favoritos: avisar el peligro que entrañaba el no haberse preparado durante la guerra para la paz, transformando la organización industrial, mercantil y burocrática de España. Hoy puede decirse que todo está en quiebra en España, desde el Estado hasta los periódicos pues todo vive artificialmente: el Estado, a fuerza de déficit enjugado con emisiones; los periódicos gracias a un anticipo que se suma por decenas de millones. La industria vive al amparo de un Arancel bárbaro, el comercio se sostiene gracias a unos precios de venta abusivos, los monopolios quebrarían sin el cotidiano abuso, y sin miedo a equivocarse puede decirse que toda la riqueza española es hoy un artificio que se sostiene gracias a una serie de tolerancias del Poder Público que son inconcebibles.

Hace días fue el «Banco de Tarrasa» el establecimiento de Crédito que necesitó del auxilio del Banco de España--¡¡¡ Visca Catalunya!!!— y hoy es el «Banco de Barcelona», ¡el centenario y bien cimentado «Banco de Barcelona»! quien suspende pagos. ¿Cuántos Bancos españoles no se verían obligados a hacer lo mismo sus cuentacorrentistas - ¡¡inocentes cuentacorrentistas ¡!-retirasen de ellos sus fondos, que acaso sean lo único sólido que haya en las Cajas de no pocos Bancos, de esos que se lanzaron a especulaciones intolerables y que comprometieron la formación nacional fomentando la compra de monedas y valores extranjeros? Si fuese posible investigar concienzudamente las carteras de muchos Bancos y de no pocos. Banqueros; si el Estado pudiese desmenuzar sus fantásticos balances; si la opinión pública conociese al detalle secretos de cómo se improvisaron colosales fortunas gracias a arriesgadísimas operaciones realizadas al amparo del crédito, comprendería toda la magnitud del problema que está planteado a la hora presente en España, y se daría cuenta de todo el oropel que hay dentro de lo que aparentemente está recubierto superficialmente de oro. En España, hay que decirlo de una vez, no se ha hecho otra cosa que especular, y muy pocas son las casas que han comprado al contado las primeras materias necesarias para sus industrias. Se especuló sobre el trigo, el vino, el yute, el cáñamo, el algodón, el aceite, las grasas, las pieles, la madera, los dólares, las libras, los marcos, las liras, las coronas... ¡hasta sobre los rublos! Mientras se ganó, todo fue bien; pero en cuanto se comenzó a perder vinieron los apuros, los agobios, los grandes protestos, las suspensiones de pagos individuales, todo lo que antecede a las grandes catástrofes bancarias.

¿A qué obedece todo esto? Pues es muy sencillo. Nadie se ocupó de otra cosa que de hacer dinero especulando, y hasta el apóstol del nacionalismo catalán, el señor Cambó, dejó de pensar en «Catalunya liure» para dedicar su cerebro al estudio de combinaciones sobre valores extranjeros. Nadie pensó en transformar sus industrias, en mejorar sus talleres, en modernizar sus procedimientos de producción: con especular ya creían que había bastante. Así hemos visto que desde 1914 nada nuevo se ha hecho, como no sea en Bilbao, donde aún hay sentido de la realidad, y que todo continúa como antes de la guerra. Los enriquecidos han invertido sus millones en fincas urbanas y rústicas, en valores del Estado, en valores industriales; pero nadie se preocupó de mejorar sus propias industrias. A lo sumo, todo lo que se les ocurrió fue amortizar su capital inicial y desdoblar las acciones, medio cómodo de defraudar al Tesoro en el pago de impuestos, asunto este sobre el cual hay mucho que hablar y del que se hablará en momento oportuno. Mientras tanto continuaba la especulación desenfrenada al amparo de un crédito ficticio y las operaciones a plazo aumentaban por centenares de millones.

Está sucediendo lo que forzosamente tenía que suceder, y una vez más están sosteniendo las concupiscencias de unos millares de negociantes los demás millones de españoles, eternas víctimas de su codicia y de sus especulaciones. El regalo que nos han hecho ha sido la subida bárbara, brutal, intolerable del y Arancel, para encarecer aún más la vida y para lanzar a la revolución a la clase media, para la cual no hay redención posible, pues todos los Gobiernos la atropellan sin piedad.

Lo del «Banco de Tarrasa» y lo del «Banco de Barcelona» no es otra cosa que el principio de una serie de dificultades financieras, producidas por errores industriales de especulación ambiciosa, consecuencia fatal de la apatía en que han vivido las clases industriales y comerciales españolas desde el año 1914, limitándose a especular con las primeras materias y a aumentar cada vez más los precios de los artículos manufacturados y vendidos. Una vez más acudirá Cataluña al Poder Central, al maldecido Poder Central, en demanda de paternal auxilio, y una vez más le será concedido; pero mucho me temo que sea inútil, pues el mal no radica sólo en el accidente momentáneo de la falta de crédito, sino que se asienta en la esencia del régimen de la especulación.

Al ver cuanto está sucediendo, acaso digan quienes me leyeron antaño y me leen hogaño, que no estaba loco, ni era imbécil, sino que cuerdo estaba y con sentido común discurría. 

JUAN DE ARAGON

https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

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