martes, 4 de febrero de 2025

A115 REPARTO MATEMATICO

 

 

La Correspondencia de España, 13 de octubre de 1920 (1)

COMENTANDO

El problema de la harina puede resolverlo el ministro de Fomento en un solo día

Es imprescindible que el Gobierno se decida a vivir dentro de la realidad. La realidad, en lo que se refiere al problema del pan, es la siguiente: de un lado la prohibición de incautarse de trigos como no sea para las necesidades de la provincia, y de otro la imposibilidad de adquirir libremente a menos de setenta y seis pesetas. Esta realidad pone a las fábricas en el dilema de cerrarlas o de comprar a más de setenta y seis pesetas. Antes se podía incautar un gobernador de trigos de una provincia para otra; hoy no. Por lo tanto, es claro como la luz del Sol que, si el Gobierno no da trigos exóticos, en las condiciones que estime oportunas, a las fábricas que no tengan trigo, no habrá pan en esas provincias. Y no lo habrá por la razón sencilla de que si esas fábricas no molturan, y no se envía harina a las provincias que no molturen, no tendrán harina para amasar. Mírese por donde se mire, el problema así está planteado y no de otro modo. Sin trigo no hay, harina y. sin harina no hay pan.

*

¿Qué fórmula hay para resolver el conflicto de una vez, en un solo día, sin necesidad de estar a diario ocupándose de él y perdiendo un tiempo precioso?

Pues es muy sencillo.

El ministro sabe, o debe saber, o puede saber, cuando quiera y exactamente, lo siguiente:

Primero. Número de fábricas de cada provincia no productora de trigos, del litoral o del interior, y número total de kilos que pueden molturar.

Segundo. Número de habitantes a que surten de harina.

Tercero. Precio del trigo que vende el Estado.

Cuarto. Precio a que debe ser vendida la harina.

Pues si todo esto es cierto, cierto será también que el ministro puede resolver en un solo día el régimen para todo el año agrícola. Ante todo debe decir el ministro: «Daré el trigo a tanto para que vendáis la harina a tanto.» Ya está resuelto uno de los aspectos del problema, sin errores, sin dudas, sin posible fraude. «A tanto os venderé el trigo para que vendáis la harina a tanto.»: Está claro?

Queda el problema de la distribución, y. este también es matemático.


Suponed que Barcelona necesita 20; Madrid, 12; Valencia, 8; Málaga, 6; etcétera, etc., etc. El ministro sabe exactamente cuál es la verdadera necesidad, y por lo tanto, como es fija, lo mismo necesitarán un mes que otro. Bastará, por lo tanto, que llame a los fabricantes en un solo día y que les diga: «Señores: desde eI mes que viene tendrán ustedes tanto trigo.» Ni más ni menos del que necesiten. Una vez que haya asignado a cada provincia el trigo necesario, ya no necesitará volver a ocuparse del asunto, pues bastará que al comprar compre tanto para Barcelona, tanto para Madrid, tanto para Bilbao, etc., etc., etc. Por eso digo que en un solo día puede resolver de una vez el problema, ahorrando con ello tiempo, dinero, molestias, disgustos e incertidumbres.

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He dicho cien veces que uno de los grandes males de la burocracia española es su modo de trabajar. Fuera de aquí se estudian los problemas para un año y no se vuelve a dedicarles un solo minuto. Aquí, se habla cada día del mismo asunto y resulta que un ministro no tiene un minuto libre, pues todos los necesita para ocuparse de los mismos asuntos. Las ventajas del primer sistema son tan grandes como grandes son los inconvenientes del segundo. Con el primero, todos saben a qué atenerse. Con el segundo, nadie sabe qué hacer, y cada día necesita insistir sobre lo mismo, pues cada día impera un criterio distinto.

Ahora, impera un desbarajuste inconcebible. Sale un barco de América, y en vez de descargar en un puerto señalado de antemano, se le varía el itinerario a capricho de las influencias políticas y descarga parte en un sitio y parte en otro. Como es natural, eso produce enormes gastos de estadías por retrasos en descarga y los cientos de miles de pesetas perdidos son incalculables. Por eso la «Cuenta de Trigo» es un caos en vez de ser algo clarísimo y matemático.

El régimen que yo preconizo es el único nacional, claro, económico y de sentido común. ¿Necesita Bilbao, por ejemplo veinte unidades? Pues hágase la asignación de las veinte de una vez y no tendrán necesidad de venir comisiones, ni de molestarse los diputados, ni de agitarse los vecindarios. Sabrá Bilbao que cada mes recibirá su asignación y no se preocupará ya de molestar al ministro en todo el año.

No concibo cómo no se ha establecido este sistema tan racional. Acaso sea para poder hacer favores de índole política. Por eso hemos visto que cada ministro atendió a su región. ¿Era ministro Maestre? Pues Cartagena tenía trigo. ¿Lo era Garnica? Pues Santander era la provincia predilecta. ¿Lo era Ventosa? Pues Barcelona recibía cargamentos con prodigalidad. Y así siempre; ahora, sin ir más lejos, pues Almería ya nota que el director de Agricultura es diputado almeriense. No es que yo encuentre inmoral esto: lo encuentro humano. Pero por eso mismo que es humano se le debe, poner remedio, y el remedio no está más que en la fórmula matemática, exacta, deducida del número de fábricas existentes y del número de habitantes a quienes hay que alimentar. Cuando cada fabricante sepa que tiene el número de toneladas que le corresponde con arreglo a un tanto por ciento fijo; nadie intentará protestar, y el ministro podrá enviar con cajas destempladas a quien vaya a pedirle un saco más del que corresponda.

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Aún podría y debería simplificarse más el sistema quitando al Estado todas las molestias de las operaciones mercantiles en el asunto del trigo. Yo limitaría su actuación a, contratar y endosar el total de los contratos, ejercitando un control diario sobre la fabricación, distribución y venta. Pondré un ejemplo. Supongamos que el Estado contrató partidas a varios tipos. De ellos deduciría el tipo medio exacto, y esa cifra me serviría para el cálculo. Aceptemos, por ejemplo, que el Estado decide vender a 62. ¿Compró 60? Pues limitaría la actuación a cobrar 2 a los fabricantes. ¿Compró a 64? Pues les abonaría 2 a los, fabricantes. Así, por ejemplo, si Bilbao necesita 40.000 tonelada, le endosaría los contratos de 40.000 toneladas y abonarían ellos al Estado o el Estado a ellos la diferencia global. ¿Hay nada tan sencillo, tan honrado, tan claro, tan justo, tan equitativo? Nada de precios distintos, ni de fletes caros o baratos, de estadías, ni de cambios de ruta. Por la cuenta que les traía, ya. Por descargar rápidamente. Ya cuidarían de descargar rápidamente. Y también por la misma razón discutirían las clases. Así, por ejemplo, se daría el mismo tanto por ciento a unos y a otros de trigo rico y de trigo pobre en rendimiento de harina.

Creo leal y sinceramente que todo cuanto digo es clarísimo, y creo además que encierra la única fórmula racional, digna y lógica, para que desaparezca el régimen de favor, mediante el cual quien tuvo buen padrino obtuvo cuanto trigo necesitó, y quien no lo tuvo vió sus fábricas sin poder molturar, como le sucedió a Madrid, por ejemplo, durante muchos meses.

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Tengo al Sr. Espada por uno de los hombres más íntegros, más rectos, mejor intencionados y de espíritu más reflexivo de España. Por eso tengo la seguridad de que meditará acerca de todo esto y se decidirá a resolver de una vez el problema en la forma que indico, pues ahorrará mucho dinero al Estado y normalizará en un solo día cuanto se relaciona con el aprovisionamiento de trigos y de harinas, hoy por desgracia en pleno desbarajuste.

Mire por donde quiera mirar, no hay más fórmula que ésta: «A cada cual lo que necesite, ni un saco más, ni un saco menos; a todos al mismo precio; a todos de la misma calidad y con obligación para todos de vender la harina al precio uniforme que señale el Gobierno.»

Si hay alguien que tenga otra fórmula más honrada y más clara, que levante el dedo. Y si alguien encuentra un reparo que formular, que lo formule y se le contestará demostrándole que no sabe de estos asuntos ni una sola palabra.

JUAN DE ARAGON

(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

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