La Correspondencia de España, 12 de octubre de 1920 (1)
COMENTANDO
Haría un gran bien el Gobierno
acometiendo el problema de la roturación de los montes del Estado que sean
roturables.
Llevo más de veinte años abogando
por la roturación de los terrenos que puedan ser roturados. En el periódico he escrito
muchos artículos, y en el Congreso de los Diputados presentó mi inseparable
compañero Leopoldo Romeo varias Proposiciones de Ley que ni siquiera fueron
discutidas. Ahora más que nunca estoy obligado a insistir en el tema, pues si
antes hacia esta campaña guiado por los móviles de orden social, debo hacerla
ahora inspirándome además en consideraciones de orden político.
Ya he dicho cien veces que el día en que los montes del Estado fuesen parcelados y roturados aumentaría la producción de cereales emancipándonos del Extranjero. Acerca de eso no es necesario insistir, y como digo más arriba, son ahora consideraciones de orden político las que mueven mi pluma.
Se debe vivir con arreglo a las
corrientes políticas de cada momento. Hace años, durante todo el Siglo XIX la
política giró en torno a ideas de libertad, basada en los derechos
individuales. Hoy, desde principios del Siglo XX, la política ha variado de idealismo,
y el ideal actual es de orden económico y social. En una sola frase se puede
condensar el actual momento: es la lucha de quienes no poseen contra quienes
poseen.
Si esto es cierto, y lo es, cierto
será también que la única táctica posible es la de aumentar el número de
quienes poseen, de quienes son propietarios, disminuyendo el de quienes no
poseen. Por eso, en el orden industrial es preciso hacer al obrero accionista,
propietario, partícipe en la industria, y en el orden territorial es necesario
convertirlo de obrero en patrono, haciéndolo propietario de la tierra que
cultiva o por lo menos arrendatario a largo plazo.
Ahora ya no se dividen los hombres
en republicanos y monárquicos, en alfonsinos y carlistas, en liberales y
conservadores, en socialistas e individualistas: se dividen únicamente en propietarios
y asalariados, en patronos y obreros. Por eso, vemos unidos en la lucha
social a patrones republicanos y monárquicos de un lado, y a obreros
individualistas, socialistas y sindicalistas de otro. Mírese por donde se mire,
esa es la realidad y, no otra.
He observado que en los pueblos donde la propiedad está muy parcelada y por lo tanto hay muchos propietarios no ha logrado penetrar el sindicalismo comunista. Y he observado también que junto a esos, pueblos, en otros donde hay mucho jornalero y poco propietario, el sindicalismo comunista se adueñó de ellos. Esto, por estar a la vista, puede verlo quien quiera tomarse el trabajo de observarlo. De ello se deduce que la medicina contra el sindicalismo comunista es el título de propiedad. Por lo tanto, todo gobernante que quiera combatir al sindicalismo comunista deberá sembrar de títulos de propiedad el territorio nacional, único medio de aumentar el número de propietarios. Y para conseguirlo no hay más que un sistema: la parcelación de tierras y su reparto entre los proletarios, mediante un sistema bien estudiado que les permita ponerlas en cultivo.
En varios artículos demostré
anteriormente que una parcelación sistemática, con un plan financiero bien
calculado, permitiría resolver el problema casi en su totalidad; pero mis
palabras cayeron en el vacío.
Una vez más indico el remedio y
opino que debe empezarse por los montes del Estado que sean susceptibles de
roturación. Hay millares de hectáreas improductivas y ya taladas. Pretender
repoblarlas forestalmente es una utopía, pues cien veces que se intente la
repoblación, cien veces se fracasará. Con el reparto no perdería nada el
Tesoro, y por el contrario ganaría mucho, pues solamente con el aumento de
riqueza y con la pacificación espiritual encontraría compensación proporcionada
al sacrificio realizado.
Aún estamos a tiempo de evitar que
el reparto de tierras sea realizado en forma violenta e ilegal. Bastará para
evitarlo con efectuar los repartos legalmente, al amparo de las disposiciones que
sean dictadas por el Gobierno. Sólo con eso, se habrá acabado con el comunismo
rural, y en cuanto los proletarios sean propietarios se realizará el milagro de
convertir en gubernamentales grandes núcleos que hoy son comunistas, obteniendo
con un simple Real Decreto lo que no se obtendría con muchos tercios de Guardia
Civil: la paz en los campos, paz que es mil veces más necesaria aún que en las
ciudades.
La realidad debe ser el fundamento
sobre que descanse todo sistema de gobernar, y la realidad española es la que
digo y no otra. Por eso vuelvo a insistir en la necesidad urgente e imperiosa
de aumentar en cuanto sea posible el número de propietarios, parcelando los
montes del Estado que sean susceptibles de roturación, y repartiéndolos entre
los proletarios de sus respectivos términos municipales. Para eso no hace falta
otra cosa que un poco de buena voluntad y unos cuantos días de estudio. Si el
Sr. Dato acometiese el estudio de este problema y lo resolviese, habría hecho
un gran bien a España, a la Monarquía y al Orden Público. El Sr. Dato, tiene la
palabra.
JUAN DE ARAGON
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