La Correspondencia de España, 5 de
octubre de 1920 (1)
COMENTANDO
Los gobernantes y las autoridades
nombradas por ellos continúan dejando que los ciudadanos anden armados hasta
los dientes y que cada dia se registre un nuevo combate social.
Las colisiones de carácter social
no son ya agresiones de carácter individual, sino combates en regla. En Bilbao,
por ejemplo, se cruzaron centenares de disparos, y el fuego era graneado. Cada
uno de los aliados a los dos distintos bandos iba provisto de su
correspondiente pistola, y el tiroteo imágenes tan continuado y tan nutrido que
según todos los informes debieron ser disparados centenares de cartuchos.
No soy sectario, y mis campañas no
tienen más finalidad que defender la vida humana, lo mismo de los blancos que
de los negros, pues para mí, todos cuantos caen bajo el plomo de sus
adversarios no son otra cosa que semejantes. Pienso en sus pasiones y las
condeno; pero pienso también en sus familias víctimas inocentes de su
insensatez y en la desolación en que quedan los hogares de los muertos y de los
matadores. Por eso desde hace años vengo sosteniendo esta campaña incesante en
pro de la recogida de armas y del castigo severo de quienes las lleven
indebidamente y de cuantos de ellas hagan uso ilegal, aun cuando no produzcan
muerte ni lesiones. He sostenido la teoría de que el noventa por ciento de los
crímenes, sociales y no sociales, no se cometerían si nadie llevase armas, y
digo además que a la larga todos agradecerían la recogida de armas, lo mismo
los blancos que los negros, pues si a unos les libraría de la muerte, a los
otros les evitaría ir a presidio.
Todas las medidas que tienden a
proteger la vida humana, producen al principio protestas; pero poco a poco van
convenciéndose todos de que su finalidad favorece a todos por igual y a ellas
se allanan fácilmente. Para ello no hace falta más que el convencimiento de que
las autoridades serán inflexibles y de que la penalidad será aplicada sin
contemplaciones de ningún género.
Las armas sólo deben ser llevadas
por los encargados de hacer efectivo el derecho mediante la coacción legal y
por las personas provistas de un permiso legal.
Vuelvo a mi teoría de siempre: de
nada sirven las leyes si las autoridades no saben hacerlas cumplir. No son
las leyes quienes realizan los milagros, sino los hombres que las hacen
cumplir. ¿De qué sirven las leyes si no hay hombres encargados de hacerlas
cumplir? Pondré un ejemplo bien convincente. Hay un Real decreto que ordena la
vacunación forzosa. La viruela mata más aún que las armas y la vacunación salva
la vida humana. Un hombre hizo que se vacunasen los habitantes de la provincia
de Madrid, y con solo eso, fueron salvadas más de mil vidas. En cambio, otros
cuarenta y siete gobernadores no quisieron cumplir el Real Decreto y continúa
muriéndose gente en esas provincias. Mientras Leopoldo Romeo hizo cumplir la
ley, fueron millares las personas que renegaron de las molestias que les
producía el esperar horas y horas en «las colas»; pero al ver el sorprendente
efecto de sus disposiciones y que la mortalidad descendía de doscientos a cero,
comenzaron a bendecirle.
También matan como la viruela las
armas, y también hay una vacuna contra las muertes violentas producidas por
armas de usa ilegal: esa vacuna es la recogida de las armas, pues sin arma, no
se mata fácilmente. Y no se diga que no hay leyes para aplicar esa vacuna de la
recogida, pues la hay. Lo mismo que existía el Real Decreto regulando la
vacunación, existe otra soberana disposición regulando el uso de armas. Y si el
primero no se aplica por ser casi todos los gobernadores unos apáticos
cumplidores de sus deberes, no se aplica la segunda por no darles la gana al
Director General de Seguridad ni a los gobernadores de las provincias. Yo
afirmo, que del mismo modo que fue desterrada la viruela de Madrid, pudo ser
desterrada de toda España, y que lo mismo puede hacerse con las armas de uso
prohibido, no dejando ni una sola en poder de quienes no estén autorizados a
usarlas.
*
Es cierto que todas esas campañas
de saneamiento social producen al principio protestas, en ocasiones violentas;
pero no es menos cierto que al poco tiempo, al convencerse las gentes de que
son beneficiosas para todos, se produce la reacción favorable. Al principio son
tomadas a broma; pero en cuanto la gran masa social advierte sus ventajas y se
convence además de que le será muy difícil eludir el cumplimiento de lo
mandado, acude a cumplirlo, formando muchedumbre. Es decir, que primero se
produce la protesta y luego se cumple voluntariamente lo mandado. Pondré un
ejemplo. En Madrid fueron vacunadas a la fuerza varias familias de gitanos
transhumantes que había acampadas en las proximidades del Manzanares. Hubo
gitano al cual fue preciso cazar por medio de la Guardia Civil y gitana que mordia
y arañaba. Calculo que serían vacunados por ese procedimiento unos ciento
cincuenta. Un buen día se presentaron en casa unos gitanos y en uno de ellos
reconocí a uno de los que habían sido vacunados a la fuerza, entre parejas de
la Guardia Civil y blasfemias y amenazas. Creí que venía a darme un susto, y
con gran sorpresa mía me dijo lo siguiente: «Venimos a dar usted las gracias
por habernos vacunado y a traerle estas dos libras de tabaco de contrabando. No
sabe usted lo que le bendecimos. En la familia de otros gitanos, hermanos
nuestros, que no se vacunaron, cayeron con la viruela cinco chiquillos y se
murieron dos. Ya no le tenemos miedo a la vacuna y a todos les decimos que se
vacunen.»
Pues así es siempre la vida. A
quien hace bien, tarde o temprano se le reconoce su buena intención, y tarde o
temprano también se convencen las gentes de que deben hacer voluntariamente lo
mandado, por ser beneficioso.
Las armas matan, como mata la viruela. Y contra el uso de armas hay la vacuna
del castigo por su porteamiento y por su uso indebido. ¿Por qué, pues, no
aplicarle?
No nos cansemos en disfrazar la
verdad y digamos que del 90 por 100 de las colisiones, sociales y no sociales,
son los únicos responsables quienes tienen el deber de hacer cumplir las leyes
y no saben conseguirlo.
¿Si para eso no sirven, para
qué demonios continúan ocupando los altos cargos con que fueron agraciados?
JUAN DE ARAGON
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