La Correspondencia de España, 13
de septiembre de 1920
COMENTANDO
Cada día es mas vergonzoso que
ofrece Madrid convertido a toda hora en dormitorio publico
Jamás pude creer que llegase
Madrid al estado de abandono a que ha llegado. De día y de noche están
convertidas las calles, aun las más céntricas, en dormitorio públicos, y
durante las veinticuatro horas del día es imposible caminar sin tropezar con
gentes tumbadas en las aceras, como si las vías públicas no tuviesen otro
objeto que ser el domicilio de todos los mendigos y vagos de España entera.
No es lo peor qué hayamos llegado
a este lamentable estado de africanismo urbano, sino que va a ser muy difícil
extirpar el mal por la extensión que ha tomado. Cuando eran unos cuantos
quienes abusaban, pudo ser fácil poner remedios; pero a la hora presente son
centenares, acaso millares, y no son ya solamente los mendigos y los vagos
quienes han convertido las vías públicas en dormitorios, sino muchos obreros,
que creen sin duda estar en algún pueblo en donde todo es permitido y duermen
la siesta en las aceras, creyendo, sin duda alguna, que en Madrid se puede
hacer impunemente todo cuanto a uno le dé la gana, desde el momento en que las
autoridades lo consienten.
No puedo explicarme cuál sea el
concepto que tengan de la ciudadanía y de los deberes urbanos las autoridades
madrileñas, pues supongo que alguna vez recorrerán las calles y verán lo que
todos los demás ciudadanos ven. Y como lo ven y no lo corrigen, supongo que
debe parecerles lícito y correcto todo eso que lamentan los demás habitantes de
Madrid, desde el momento en que no ordenan a sus subordinados que impidan.
Pueden pensar lo que quieran las autoridades madrileñas; pero lo cierto es que
en ninguna ciudad se permite lo que aquí. Y conste que no me refiero a ciudades
del extranjero, sino de España, pues jamás he visto en Barcelona, Valencia,
Sevilla, Zaragoza, San Sebastián, Bilbao, etc., etc., etc., en ninguna parte,
lo que aquí veo a diario, prueba evidente de que allí hay autoridades y en
Madrid no.
Comprendo perfectamente que las
autoridades fracasen en aquellos asuntos que necesitan para ser resueltos de un
gran presupuesto, cuando el presupuesto no existe; pero no me cabe en la cabeza
el fracaso en los asuntos que pueden ser resueltos con un poco de buena
voluntad. Y sin embargo, el fracaso no puede ser mayor, y bien a la vista está,
siendo inexplicable cómo el Gobierno no toma cartas en el asunto dejando
cesantes a quienes tienen la responsabilidad de cuanto sucede, pues su
ineptitud no puede ser más notoria y Madrid entero sufre las consecuencias.
Ahora no hay disculpa posible. La
tolerancia del juego debe producir y produce lo suficiente para haber
organizado refugios nocturnos donde quienes no tiene hogar pudiesen dormir;
pero nada de eso se ha hecho. Cierto es que se ha edificado un albergue
nocturno en la Moncloa; pero aquello está demasiado lejos para enviar a media
noche a quien no tiene donde dormir, y además muchos lo ignoran. En las grandes
ciudades del mundo civilizado que tienen bien organizados los servicios de
asistencia pública, hay muchos albergues nocturnos convenientemente
distribuidos, y además hay una continua acción oficial que impide los abusos
que los mendigos y los vagos cometen a diario en Madrid.
No basta con ser integro,
caballero, honradísimo, cualidades que adornan a las autoridades madrileñas y
al Sr. García Molinas, y que yo me complazco en proclamar. Hace falta algo más,
y ese algo, es precisamente lo que no aparece jamás, pues si apareciese, ni
habría pobres en las calles, ni serian éstas el dormitorio de cuantos no le
tienen miedo a la intemperie. Si esas autoridades y el Sr. García Molinas
supiesen organizar y ordenar y hacerse obedecer, además de administrar como
administran muy dignamente, sería imposible que sucediese en Madrid cuanto está
sucediendo, y antes de un mes no habría ni un solo mendigo, ni un solo
durmiente en las calles; pero por las trazas nada se logrará, pues los unos
creen que basta con tener limpios los alrededores de los sitios donde van los
Reyes, y los otros opinan que con administrar honradamente ya cumplen con su
deber.
Con ese criterio, será imposible
acabar con las plagas que han caído sobre Madrid, y por el contrario aumentara,
pues los mendigos de toda España caen sobre la Corte, seguros de poder vivir en
ella sin que nadie les moleste, pues aquí las autoridades no se preocupan poco
ni mucho de ellos.
A todo eso hay que añadir algo
más, que es imperdonable, y que como vulgarmente se dice, parte el alma.
Centenares de niños, descalzos, medio desnudos, son explotados vilmente por sus
padres. A altas horas de la noche se los ve por las calles y nadie tiene
compasión de ellos. ¿No sabe el Sr. Torres Almunia que hay una ley que se llama
de Protección a la Infancia, que le obliga a recogerlos y entregarlos a la
Junta por conducto del gobernador de la provincia? ¿Cómo puede dormir
tranquilo, sabiendo que acaso por su culpa mueran esos niños o se conviertan,
andando el tiempo, en criminales?
De eso es el señor Director
General de Seguridad el único responsable, y si su conciencia no le acusa...
¡allá el!. En Madrid, sólo él tiene autoridad y dispone de agentes para hacer
cumplir la ley que ampara a los niños abandonados y explotados. ¿No hace
cumplir la ley? Pues suya, exclusivamente suya, es la responsabilidad, sin que
valgan excusas ni pretextos. Mucho hablar de religiosidad, de altruismo, de
rigidez de principios, y los niños durmiendo en racimos en las aceras, sin que
se le ocurra a Su Excelencia mandarlos recoger para ponerlos a disposición del
Gobernador de la provincia como ordena la ley, y a sus explotadores a
disposición del juez de guardia.
Un director de Seguridad tiene
otros deberes que el de retratarse junto a los Reyes cada vez que ponen una
primera piedra, inauguran una Exposición o asisten a una fiesta. Y esos deberes
son recorrer los sitios en donde el vicio, la miseria o el crimen imperan, y
poner saludable re- medio. Para cobrar un sueldo, pasearse en automóvil,
exhibirse en espectáculos y pasar a la posteridad como satélite de la realeza,
sirve cualquiera; pero Madrid necesita autoridades que sean algo más que
figuras decorativas, por tener derecho indiscutible sus habitantes a vivir como
se vive en las grandes ciudades, y no como se vegeta en los zocos del África
aún no civilizada.
¿Qué han de ser esos niños andando
el tiempo más que anarquistas? ¿A quién culpar de que lo sean más que a las
autoridades que presenciaron impávidas su explotación, amparándola con su
complicidad?
El espectáculo que ofrece Madrid
es sencillamente intolerable, y más intolerable aún que quienes pueden, no
pongan remedio inmediato, enviando a sus casas a quienes son muy caballeros;
pero aún más, ineptos.
JUAN DE ARAGON
No hay comentarios:
Publicar un comentario