La Correspondencia de España, 11
de agosto de 1920 (1)
COMENTANDO
Si las autoridades recogiesen las
armas usadas indebidamente sería imposible tragedias como la de Quinto
El telégrafo ha comunicado con su
laconismo habitual la tragedia de Quinto. Cinco hombres disputaron por
cuestiones de juego y cuchillo en mano se acometieron, resultando tres muertos
y dos heridos gravísimos. No sé quién mató a quién y hasta pudo suceder que
alguno de los muertos fuese a su vez matador de los otros, ni sé tampoco de
quién partió la agresión: si de los muertos o de los heridos. Sé solamente que
los cinco contendientes eran trabajadores del campo y que la refriega no habría
tenido tales consecuencias si la Guardia Civil hiciese ahora lo que hacía en
tiempos pasados: cachear a diario y no dejar en los pueblos una sola arma
prohibida.
Conozco ese pueblo por pertenecer
al distrito que representa en Cortes mi inseparable amigo Leopoldo Romeo y como
casi todos los de Aragón está formado por un vecindario que no concede
importancia alguna a la vida. Allí no se pasa por movimiento mal hecho, y cada
cual está siempre dispuesto a no tolerar agravios. Cuando la riña se produce,
no es para alborotar sino para producir el silencio de la muerte. Poco amigos
de comedias, cuando riñen, riñen de veras, y raro es el año en que cara a cara,
sin alevosías, ni premeditaciones, ni ventajas, escriben una nueva página de
«Cavallería Rusticana», fiando a la punta de los cuchillos la defensa de lo que
ellos entienden ser su honor. Y allí no se concibe vivir sin honor.
En esos pueblos es desconocida la
cobardía y si el desprecio a la vida es valor, pocos pueblos habrá en España en
donde el valor esté tan arraigado como en Quinto.
*
Yo no me alarmo mucho cuando veo a
hombres que riñen como hombres cara a cara, noblemente, arma contra arma. Ni la
piel humana se hizo para fabricar pellejos de vino y no importa cicatriz más o
menos, ni la vida de los hombres vale tanto que valga una ofensa grave
soportada sin inmediato correctivo. Acaso, sea preferible la arrogancia a la
mansedumbre, y acaso también, si toda España fuese Quinto no imperaría el lenguaje
soez que impera en la Península, pues sería imposible emplear ciertas frases
soeces muy corrientes por desgracia, sin sentir el hierro en el corazón. Entre
hombres mansos, capaces de tolerar todo agravio y hombres como mis paisanos que
son incapaces de soportar una sola ofensa, prefiero mil veces a mis paisanos,
por recordarme los tiempos de la España heroica, capaz de un «2 de Mayo» o de
un «Zaragoza», episodios que no habría sido posibles con españoles
acostumbrados a soportar insultos y a defender la teoría de la intangibilidad
de la piel. Por lo tanto, no seré yo quien declame contra quienes se juegan la
vida cara a cara, y defiende la propia acabando con la ajena.
Pero frente a ese punto de vista
hay otro: el de la autoridad. Me place ver a hombres dispuestos a matarse; pero
me place también ver a la autoridad impidiendo que se maten, haciendo imposible
que se maten. El valor de los contendientes es el mismo, no pierde nada; pero
la vida humana es defendida y no peligra.
*
Ese debe ser el punto de vista social: fomentar el valor individual y hacer que los hombres sepan jugarse la vida despreciándola; pero evitar toda ocasión de que puedan jugársela y perderla. Si existiese autoridad previsora, ni habrían jugado los cinco protagonistas de la tragedia de Quinto, ni habría llevado cada uno su cuchillo en la faja. Sin juego no habría disputa, sin disputa no habría surgido la riña, sin riña cuchillo en mano no habría que lamentar esos tres muertos y esos dos heridos gravísimos. Y aun en el caso de que el juego no hubiese podido ser impedido ¿ quién puede impedir que unos cuantos hombres se reúnan y jueguen ?—y aun suponiendo que la disputa y la riña hubiesen surgido, todo se reduciría a unas bofetadas, o a algunos silletazos, o a unos cuantos garrotazos ; pero seguramente no habría a la hora presente tantas familias sumidas en duelo, ni tendríamos que lamentar los antagonismos que esas riñas producen en los pueblos, pues las familias de los muertos y de los matadores son ya para siempre enemigos que esperan encontrar el momento de vengar la sangre vertida.
Lo he dicho cien veces: es una
vergüenza lo que está sucediendo en toda España. Todos, chicos y grandes, no
saben salir de sus casas sin «la herramienta» y cuando no es cuchillo o puñal
es pistola o revólver. En algunos pueblos aún se usa el retaco y el trabuco, y
en muchos, no hay un solo jornalero que no lleve su pistolón en las alforjas
cuando va al campo, o el trabuco bajo la manta cuando sale a rondar.
En mi tierra, son poco aficionados
al puñal y a las armas de fuego. No consideran nobles esas armas y prefieren el
cuchillo, que es arma para reñir y no para asesinar. El cuchillo tiene su
esgrima, su gallardía, su nobleza. No es el punzón que se clava arteramente, ni
la pistola que se dispara a traición o a distancia. El cuchillo requiere
gallardía, arrojo, acometividad y permite la defensa. Una cosa es una puñalada
y otra una cuchillada.
Por eso mismo es más fácil el
cacheo y la recogida de esas armas, y es inconcebible como los gobernadores no
ordenan a la Guardia Civil de todos los pueblos la recogida diaria,
sistemática, perseverante, sin desmayos ni flaquezas, de todas las armas existentes
en los pueblos, sin dejar otras que las usadas por las autoridades y sus
agentes. Ahora ha sido Quinto, y a diario son otros pueblos, sumando centenares
las víctimas de esas riñas rurales, riñas que podrían ser evitadas muy
fácilmente, con sólo querer.
*
El espectáculo de cinco hombres
que riñen quedando tres muertos y dos heridos gravísimos será todo lo trágico
que se quiera; pero nadie negará que es propio de una raza aún no decaída y
que, junto al terror producido por la muerte, evoca el recuerdo de la época
legendaria del valor individual. En cambio, el espectáculo de ver a esos
hombres armados es la mayor condenación de las autoridades que no supieron impedir que el arma homicida estuviesen sus manos. Y esas autoridades no tienen disculpa, ni pueden
alegar ignorancia, por haber solicitado en cien ocasiones los alcaldes de ese
pueblo que fuesen recogidas las armas, obteniendo siempre de los gobernadores
la callada por respuesta. Yo lo aseguro. ¡Tres muertos y dos heridos
gravísimos! ¿Cuántos habrá mañana?
JUAN DE ARAGON
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