lunes, 3 de febrero de 2025

A103 MENDIGOS, VAGABUNDOS O GOLFOS POR MADRID

 

 La Correspondencia de España, 2 de junio de 1920 (1)

COMENTANDO

Mientras puedan venir a Madrid los mendigos y vagos de toda España será inútil cuanto se haga para extirpar la mendicidad y la vagancia.

Cuando Leopoldo Romeo inició su campaña contra la mendicidad y la vagancia no me separé de el un solo instante y tuve ocasión de comprobar que el 90 por 100 de los mendigos profesionales no son madrileños. Tampoco son madrileños los vagabundos, tipo distinto del llamado “golfo”, que es típicamente madrileño; pero también productos del mendigo y del vagabundo provinciano. El «golfo» es, por regla general, el hijo del mendigo o del vagabundo   forastero, que se emancipa de sus padres en la niñez, cansado de sufrir su explotación. Prefiere vivir en plena libertad, y raro es el que tiene domicilio familiar. Esas tres plagas que inundan Madrid, el mendigo, el vagabundo y el “golfo”, son fácilmente extirpables, y mi inseparable compañero Leopoldo Romeo las hubiese extirpado radicalmente si hubiese estado solamente tres meses más al frente del Gobierno de la Provincia, aun cuando sus facultades eran muy limitadas, por haber logrado realizar una acción conjunta y uniforme con las demás autoridades. El ministro de la Gobernación, el director general de la Guardia Civil, el director general de Seguridad, el alcalde de Madrid y el Sr. García Molinas estaban convencidos de que la acción debía ser conjunta y todo estaba preparado de tal suerte, que la vida en Madrid habría resultado imposible para los mendigos, para los vagabundos y para los «golfos». Tan eficaces eran las medidas adoptadas, que en los dos meses de ensayo apenas si se veía por las calles céntricas a los profesionales de la mendicidad y la vagancia. La persecución era constante y ni siquiera se atrevían ya a acudir a los «Comedores Alfonso XIII», pues cada día eran detenidos treinta o cuarenta de los que allí iban a comer. A tal punto llegó el pánico, que en el mes de abril ya no se veía en los comedores más que obreros sin trabajo, ancianos no mendicantes, ciegos y madres lactantes.

Todo aquello pasó a la Historia, y la plaga aumenta de día en día, pudiendo asegurar que jamás hubo en Madrid más mendigos, más vagabundos y más «golfos” que ahora.



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Desde hace varios días me dedico a interrogar a casi todos los mendigos que encuentro. Muchos de ellos son recién llegados, y sin temor a incurrir en error puede asegurarse que la población de Madrid ha triplicado. En provincias no quedan apenas ciegos, tullidos, ni sanos dedicados a la mendicidad, y casi todos vienen a Madrid, en tren o por las carreteras, atraídos por esta Jauja de la mendicidad y de la vagancia. Saben que nadie les molestará; que podrán pedir limosna en las barbas de las autoridades, y a Madrid vienen huyendo del rigor con que son tratados en provincias, donde la vida les es imposible. En Madrid es inagotable la caridad pública y la privada, y como leen que a diario se celebran fiestas en su beneficio y que cada mes se recaudan muchos miles de duros, acuden como las moscas a la miel. Es natural que así sea. Nadie va a buscar agua al desierto, ni arena a las praderas; tampoco va nadie a pedir limosna donde sabe que no la dan. Y como Madrid es la Jauja de la limosna, oficial y privada, a Madrid acuden en bandada, seguros de ganar mucho más que trabajando.

Mientras este régimen continúe, aumentará de día en día la legión de mendigos de vagabundos y de “golfos” que vive sobre Madrid, y llegara un día en que será imposible extirparla, por muy grande que sea la voluntad de las autoridades, muy exquisito su celo y muy cuantiosos los recursos con que cuenten.

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La solución del problema sencillísimo. Basta con seguir inflexiblemente, a diario, sin vacilación de ninguna clase, un plan. Y ese plan debe fundamentarse en el principio de que cada provincia debe soportar a sus mendigos, a sus vagabundos, a sus enfermos y a sus “golfos». El madrileño debe ser soportado por Madrid, pero el gallego, que lo soporte Galicia. Y con arreglo a ese principio, ninguna provincia puede protestar de que le sean enviados sus detritus sociales, pues ninguna tiene derecho a que otra provincia se los recoja. Ese plan, que a primera vista parece caro, es el más barato, como voy a demostrar. Suponed 100 mendigos gallegos. Uno con otro reúne tres pesetas de la caridad oficial en comedores públicos. Cuestan por lo tanto cada uno tres pesetas a la caridad privada y una a la oficial. Al cabo del año ha costado cada uno 1.095 pesetas al vecindario y 365 a la caridad oficial. En total, 1.460 pesetas. Con 100 pesetas se puede lavar, vestir, socorrer y repatriar al mendigo, haciendo a la vez un gran bien a la salud pública. Por tanto, cada mendigo que es expulsado representa un ahorro de 1.360 pesetas. Solamente a la caridad oficial le representa una economía de 265 pesetas, pues claro es que en cuanto se marcha se economiza su ración. Fueron gastadas 100 pesetas: pero fueron economizadas 1.360. ¿Qué es más barato?

Todo expulsado debe ser filiado; ¡”ro n’ con una filiación sobre el papel que se pierde, sino con una filiación indeleble que permita reconocerlo en todo momento. En la vida todo se puede hacer. Basta para poderlo hacer “saberlo hacerlo”. Si yo marco a un ciudadano todos protestarán; pero nadie protestará si en vez de marcarlo lo vacuno. Pues bien; con vacunar a los expulsados en la pantorrilla con tres vacunas colocadas simétricamente siempre en un sitio idéntico ya ha quedado marcado indeleblemente con un rótulo que sin decir nada dice: «Expulsado de Madrid por mendigo o vagabundo»?

¡Es tan fácil hacer las cosas dentro de la más exquisita legalidad, cuando se quieren hacer!

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Hay en Madrid más de 12.000 profesionales provincianos de la mendicidad y de la vagancia. De esos 12.000 más de la mitad saldrán huyendo en cuanto sepan que las autoridades van a emprender una seria campaña de extirpación de la plaga. Quedará solamente por expulsar el resto y no es tan difícil como parece conseguirlo en un plazo brevísimo.

Pero no basta con expulsar si no se impide el regreso, y como para ello es indispensable el concurso de la Guardia Civil y de los agentes de la autoridad que dependen de la, Dirección General de Seguridad, nada se conseguirá si no se actúa incesantemente en toda España, vigilando las carreteras y los trenes para recluir en sus respectivas provincias a los mendigos y vagos, mientras no se hayan redimido por el trabajo.

Todo eso de decir que es imposible extirpar la mendicidad y la vagancia es un cuento chino, pues no hay nada tan fácil cuando se cuenta con elementos. Y ahora sobran. Lo que sucede es que nadie se ocupa en serio de ese problema, y todos creen que con recaudar dinero y dar de comer a los menesterosos ya han cumplido con su deber, sin comprender que con ese sistema no hacen otra cosa que fomentar la mendicidad profesional y la vagancia.

La plaga ha llegado ya a limites intolerables y la hora es ya que alguien se ocupe de extirparla, pues el espectáculo no puede ser ni más bochornoso ni más repugnante.

JUAN DE ARAGON

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Cuanto más dinero se recauda más pobres hay en las calles. Los de España entera han venido a Madrid

La Correspondencia de España, 7 de julio de 1920 (1)

COMENTANDO


Es sencillamente intolerable lo que está sucediendo en Madrid con la mendicidad. Cuanto más recauda la Asociación Matritense de Caridad y cuanto más dinero da a las autoridades para reprimir la mendicidad callejera, más mendigos hay. Un amigo mío tuvo la paciencia anoche de contar los mendigos y vagos profesionales llamados golfos que había en las calles adyacentes a la Puerta del Sol y a la Calle Alcalá y contó 485. En algunos sitios había verdaderos racimos. Ya de madrugada contó los que dormían en las aceras y en los portales de las casas y ascendían a la enorme suma de 245. Entre los durmientes reseñó familias enteras, compuestas de padre, madre y varios chiquillos. Continuó su trabajo al amanecer y a la salida del sol presenció el espectáculo más vergonzoso que puede ser presenciado en una ciudad. Los pobres sacudían sus harapos en las aceras y limpiaban de insectos sus cabezas y sus trapos, tirándolos a la acera. Sentados o echados, formaban, su tertulia matutina y después de sembrar su miseria orgánica en el lugar donde habían dormido se desparramaban por las puertas de tiendas y cafés en busca de los desperdicios del día anterior.

Las cifras son rigurosamente exactas y el espectáculo lo presencia a diario todo Madrid, pudiendo certificar de su exactitud el vecindario entero.

Todos se quejan, tanto los transeúntes cuanto los comerciantes. Los unos, por no poder transitar sin verse acosados por una legión de mendigos. Los otros, por ver invadidas las puertas de sus tiendas por los pordioseros y golfos. El espectáculo es indigno de una ciudad civilizada, y ninguna autoridad se preocupa de ponerle remedio. Los mendigos saben que en Madrid pueden ejercer libremente su industria, y vienen de toda España, acudiendo a la Corte llamados por sus compañeros de profesión, que les pintan con alegres colores los encantos de esta Jauja de la mendicidad y de la vagancia. Cojos, mancos, tullidos, paralíticos, cancerosos, sarnosos, hampones de la más ruin ralea, niños explotados y mujerzuelas de repugnante catadura se han adueñado de las vías públicas, y no es raro ver a toda esa legión de pordioseros profesionales en charla amistosa con los agentes de la autoridad. Con tal consideración tratan algunos guardias a los mendigos, que hay momentos en que viene a la imaginación la sospecha de si repartirán beneficios el mendigo y el agente de la autoridad. De otro modo no se explica cómo conviven en fraternal camaradería, sin que el agente de la autoridad impida el ejercicio de esa ilícita industria y sin que el industrial tenga miedo al agente. Ni por casualidad es detenido ningún mendigo, y llegada la noche, nadie les impide que conviertan en dormitorio las vías públicas, infestando la ciudad con la miseria que lanzan de sus harapos y de sus carnes.

Es falso, completamente falso que sea imposible acabar con la mendicidad profesional. Dos meses tan solo pudo emplear Leopoldo Romeo en combatirla, y Madrid entero sabe que consiguió disminuir de tal modo el número de mendigos y de golfos que era raro ver alguno en las calles a excepción de los ciegos, a los cuales aún no había reglamentado. Si la labor emprendida por aquel gobernador no hubiese sido abandonada, no quedaría a estas horas ni un solo mendigo forastero y los de Madrid podrían ser atendidos muy holgadamente con las 15.000 pesetas que da la Asociación Matritense de Caridad al Ayuntamiento de Madrid y con las 6.000 pesetas que entrega al Gobierno Civil. Los mendigos profesionales que viven en los barrios extremos y en los pueblos próximos no se atreven a venir a Madrid en cuanto son detenidos sistemáticamente y a lo sumo se arriesgan por los suburbios. Lo que pudo hacer un gobernador lo pueden hacer todos los demás y si no lo han hecho es sencillamente por no haber querido, ya que dinero sobra. Lo que falta es voluntad, decisión, amor a Madrid, celo para cumplir el deber, vocación para sacrificarse trabajando cuantas horas sea preciso, propósito inquebrantable de hacer respetar el principio de autoridad.

El espectáculo es bochornoso y de él deberían avergonzarse las autoridades como se avergüenza le vecindario.

JUAN DE ARAGON

(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

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