lunes, 3 de febrero de 2025

A100 TIFUS EN MADRID

 

….Y mientras tanto el tifus continua llenando de enfermos los hospitales y de muertos los cementerios

La Correspondencia de Madrid, 7 de abril de 1920 (1)

COMENTANDO


A diario leo declaraciones de las autoridades madrileñas y en ellas se consignan excelentes propósitos; pero de propósitos no pasan y Madrid continúa siendo cada día más villorrio en cuanto se refiere a higiene pública. Ahora, está sufriendo una epidemia de tifus y mientras las autoridades pregonan sus optimismos continúa la dolencia llenando de enfermos los hospitales y de muertos los cementerios, como si se complaciese en dar rotundo mentís a los optimismos oficiales.

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Repugna andar por las calles. Los mendigos y hampones de toda España, perseguidos en provincias por autoridades celosas, se han ido congregando en Madrid, en donde saben que no existen autoridades, y acosan a los transeúntes en legión, pidiendo limosna en ocasiones con amenazas, sobre todo a las señoras que van sin la compañía de un hombre. Las cercanías de los grandes hoteles están invadidas por centenares de mendigos, de vagos y de hampones de la más ruin catadura, que llenos de miseria van sembrando sus parásitos por dondequiera que van. Los agentes de la autoridad presencian impávidos el acoso del transeúnte como si no existiesen leyes que prohibiesen la mendicidad, y las autoridades superiores ni siquiera se toman la molestia de dar órdenes y de hacer que se cumplan. Las fuentes públicas son abrevadero humano en donde toda enfermedad contagiosa se pone en contacto con sus chorros, las calles son dormitorio, comedor y W. C. de esa legión de pordioseros inmundos, y no es raro ver a los llamados «soguillas» vestidos con harapos transportar sobre sus espaldas fardos de verduras que luego son comidas crudas por el vecindario. Toda suciedad y toda miseria parasitaria van unidas a las demás molestias de la mendicidad profesional, y Madrid, convertido en refugio de la pobretería de toda España, pregona la ausencia de sus autoridades, con protesta unánime del vecindario.



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No tiene disculpa el alcalde; pero aún la tiene menos el director general de Seguridad. Y la tiene menos por existir una Ley de Protección a la Infancia que obliga a detener en el acto a quienes explotan a los niños mendigando. Es él y no otro el jefe de los agentes de la autoridad, y por serlo, culpa suya, y de nadie más es que esa Ley quede incumplida y las calles de Madrid estén convertidas en Campamento de Mendigos, que piden limosna y molestan al vecindario sin que nadie les impida ser los dueños y señores de las vías públicas. Ni siquiera tiene la disculpa de decir que los agentes están empleados en servicios de orden público, pues jamás fue mayor la tranquilidad de que disfruta Madrid. La Guardia Civil ya no vigila las carreteras para impedir el acceso a Madrid de los vagabundos; los guardias de Seguridad ya no persiguen a los mendigos, y los servicios de la Dirección General de Seguridad brillan por su ausencia en ese y en otros órdenes de la vida social, como si la misión de los jefes fuese pasarse la vida en los teatros haciendo los cadetes y la de los agentes dar la vuelta a la manzana.

Un río de oro ha sido canalizado para con él limpiar de pobres Madrid; pero por desgracia es mayor cada día el número de mendigos, demostrando que ni aun con ese rio decoro es capaz la Dirección General de Seguridad de librar a Madrid de esa plaga, cumpliendo por lo menos con lo mandado en la Ley de Protección a la Infancia.

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Todo es miseria, todo es suciedad, y no es raro que esa miseria y esa suciedad contaminen verduras, carnes, ambiente, agua, cuanto esté al alcance de su contacto. Lo raro, es cómo no se han producido casos de tifus exantemático y se han difundido, pues los mendigos están llenos de parásitos peligrosísimos que a su paso por las calles van sembrando, cuando no los dejan en las ropas de aquellos a quienes, se aproximan pidiendo limosna.

Por lo que al tifus abdominal se refiere no es extraño que continúe en aumento, pues aún no ha sido, tomada ni una sola disposición para atajarlo. En los mercados se sigue mojando las verduras con aguas infectas, y el señor alcalde, aún no ha tenido tiempo de decretar ninguna disposición para dar señales de vida demostrando que por lo menos está dispuesto a hacer honor a su título: de Limpias, ¿qué menos que limpieza hemos de esperar? Ahora, como hace meses, se toma a broma la epidemia aun cuando digan los doctores que hay muchos casos y sepan las autoridades que es exacto. Todo les tiene sin cuidado y el vecindario puede continuar muriéndose, seguro de que no se perturbará la digestión de los encargados de velar por su salud y la higiene privada y pública de la ciudad.

¡A cualquier cosa se llama autoridad en estos tiempos!

JUAN DE ARAGON

(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

 

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