lunes, 3 de febrero de 2025

A098 CASTIGO PARA LOS VENDEDORES DE MALA FE

 


El comercio de buena fe es el principal interesado en que vean perseguidos y castigados los vendedores de mala fe

La Correspondencia de España, 1 de abril de 1920

COMENTANDO

La característica del comercio madrileño es la buena fe y desde tiempo inmemorial fue la probidad uno de sus blasones. Pero junto a esos comerciantes de buena fe hay algunos, bastantes por desgracia, que desconocen la buena fe y están reñidas con la probidad. Adulterar la calidad de los productos vendidos y defraudar en el peso y en la medida está generalizándose demasiado entre no pocos comerciantes madrileños, y raro es el día en que no llegan a esta redacción, debidamente comprobadas, quejas relacionadas con la abusiva sisa a que es sometido el consumidor madrileño. El carbón, la carne, el pescado, el aceite y los demás artículos de comer, de beber y de arder que son indispensables para la vida son vendidos con notoria y abusiva deficiencia en el peso y en la medida. Por añadidura, están frecuentemente adulterados o averiados, siendo milagroso cómo la mortalidad no es aún más grande.

Todo ello sucede a ciencia y paciencia de las autoridades, no siendo extraño que en el mismo momento en que el carbonero, el carnicero, el pescadero o el ultramarino están pesando con sisa, haya en el establecimiento entretenido en palique o chicoleo con mancebos y criadas algún agente de la autoridad olvidadizo del cumplimiento de su deber.

No soy de esos que pretenden exigir milagros a los comerciantes obligándoles a vender barato lo que ellos compran caro. Nada de eso. El comerciante tiene perfectísimo derecho a obtener un beneficio industrial por sus ventas y las autoridades tienen también la obligación de proporcionarle a precio de tasa los artículos que depende. Pero no es eso de lo que se trata. Yo no hablo del precio, sino de la sisa, de la defraudación, de la adulteración, del robo. Señálese a cada artículo el precio justo, sea el que fuere; pero una vez señalado, exíjase el peso exacto, la medida rasa y la calidad buena. Eso de sisar 100 gramos en kilo, y en ocasiones 200, es una nueva fórmula de saqueo que cae dentro del Código Penal, y las autoridades que lo consienten son sin quererlo cómplices de ese delito, pues el deber de unas es perseguirlo y de otras, castigarlo.

A tal punto llega el latrocinio esa y no otra es la palabra adecuada que una familia muy respetable y conocida en Madrid, tuvo la paciencia de calcular un día el importe de lo robado por el sistema del peso escaso, después de pesar concienzudamente todos los géneros adquiridos, y resultó lo siguiente:

En el carbón, dos sacos....                 2.2 pesetas

En la carne, tres kilos......                  2.80 pesetas

En el pescado, dos kilos..                  1.40 pesetas

En el pan, cinco kilos..                       0.70 pesetas

En aceite, manteca y varios ..            0.60 pesetas

Total                                                    7.70 pesetas

Esas 7,70 pesetas diarias representan 231 al mes y 2.772 al año. Multiplicad esas pesetas por el número de familias que están siendo víctimas de igual piratería, y resultaran millones.

Estamos viviendo en pleno artificio. Saben las autoridades, por ejemplo, que es imposible vender la harina a 62 pesetas y el pan a 66 céntimos ; pero cobardes para afrontar cara a cara el problema, dejan que los harineros de provincias hagan lo que les de la gana y consienten la venta de panes con faltas de 200 gramos. De ello resulta un doble daño, pues en vez de pagar el pan a su justo precio, es pagado mucho más caro al amparo del fraude. Y lo mismo sucede con todo, con daño notorio de los comerciantes e industriales de buena fe, pues a la misma hora en que imágenes se esfuerzan por cumplir su deber, aun a riesgo de arruinarse, como está sucediendo a los harineros de Madrid, que venden a 62 pesetas, se enriquecen otros al amparo del fraude, de la merma, de la sisa, de la adulteración y del alza abusiva en el precio.



El régimen de justo precio con peso o medida exacta y calidad buena, es mil veces preferible al sistema imperante de precio nominal con sisa libre. Un ejemplo lo demostrará: los panaderos dicen que podrían dar el pan a 70 céntimos con su peso exacto. Un kilo, 70 céntimos. Ahora cuesta 66 céntimos el kilo; pero como dan 800 gramos, resulta el kilo a 75 céntimos. Además, tiene el actual sistema otro inconveniente: el engaño al estómago. Quien se comía antes un panecillo, comía 120 gramos. Si comía tres al día, comía 360 gramos. Ahora come los tres panecillos; pero como son de unos 90 gramos, se come 270 gramos. La ilusión es igual: tres panecillos. Pero al organismo se le han restado 90 gramos de pan.

Así es en todo. ¿Acaso es lo mismo un trozo de carne de 1.000 gramos que otro de 900? Claro es que del uno y del otro se pueden hacer cinco trozos. Pero los unos serán de 200 gramos y los otros de 180. De todo ello resulta que cada día quitamos a nuestros estómagos, sin darnos cuenta, cantidad no pequeña de alimento. Gramos de pan, de carne, de pescado, de legumbres... ¡Son muchos pocos, pero juntos hacen un mucho! Y poco a poco se van desnutriendo los hombres y la raza va degenerando, al mismo tiempo que los bolsillos son esquilmados.

¿No hay quién sea capaz de remediar esos abusos, comenzando por variar el sistema? Vayamos al señalamiento del justo precio, del precio racional y equitativo; pero no consintamos que nadie sise en el peso, ni defraude en la medida, ni adultere la cantidad. Para el comerciante de buena fe, todo género de protección: para el de mala fe, todo el rigor de las leyes.

JUAN DE ARAGON

https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

 

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