El comercio de buena fe es el
principal interesado en que vean perseguidos y castigados los vendedores de
mala fe
La Correspondencia de España, 1 de abril de 1920
COMENTANDO
La característica del comercio
madrileño es la buena fe y desde tiempo inmemorial fue la probidad uno de sus
blasones. Pero junto a esos comerciantes de buena fe hay algunos, bastantes por
desgracia, que desconocen la buena fe y están reñidas con la probidad.
Adulterar la calidad de los productos vendidos y defraudar en el peso y en la
medida está generalizándose demasiado entre no pocos comerciantes madrileños, y
raro es el día en que no llegan a esta redacción, debidamente comprobadas,
quejas relacionadas con la abusiva sisa a que es sometido el consumidor
madrileño. El carbón, la carne, el pescado, el aceite y los demás artículos de
comer, de beber y de arder que son indispensables para la vida son vendidos con
notoria y abusiva deficiencia en el peso y en la medida. Por añadidura, están
frecuentemente adulterados o averiados, siendo milagroso cómo la mortalidad no
es aún más grande.
Todo ello sucede a ciencia y
paciencia de las autoridades, no siendo extraño que en el mismo momento en que
el carbonero, el carnicero, el pescadero o el ultramarino están pesando con
sisa, haya en el establecimiento entretenido en palique o chicoleo con mancebos
y criadas algún agente de la autoridad olvidadizo del cumplimiento de su deber.
No soy de esos que pretenden
exigir milagros a los comerciantes obligándoles a vender barato lo que ellos
compran caro. Nada de eso. El comerciante tiene perfectísimo derecho a obtener
un beneficio industrial por sus ventas y las autoridades tienen también la
obligación de proporcionarle a precio de tasa los artículos que depende. Pero
no es eso de lo que se trata. Yo no hablo del precio, sino de la sisa, de la
defraudación, de la adulteración, del robo. Señálese a cada artículo el precio
justo, sea el que fuere; pero una vez señalado, exíjase el peso exacto, la
medida rasa y la calidad buena. Eso de sisar 100 gramos en kilo, y en ocasiones
200, es una nueva fórmula de saqueo que cae dentro del Código Penal, y las
autoridades que lo consienten son sin quererlo cómplices de ese delito, pues el
deber de unas es perseguirlo y de otras, castigarlo.
A tal punto llega el latrocinio esa
y no otra es la palabra adecuada que una familia muy respetable y conocida en
Madrid, tuvo la paciencia de calcular un día el importe de lo robado por el
sistema del peso escaso, después de pesar concienzudamente todos los géneros
adquiridos, y resultó lo siguiente:
En el
carbón, dos sacos.... 2.2
pesetas
En la
carne, tres kilos...... 2.80
pesetas
En el
pescado, dos kilos.. 1.40
pesetas
En el
pan, cinco kilos.. 0.70
pesetas
En
aceite, manteca y varios .. 0.60
pesetas
Total 7.70
pesetas
Esas 7,70 pesetas diarias
representan 231 al mes y 2.772 al año. Multiplicad esas pesetas por el número
de familias que están siendo víctimas de igual piratería, y resultaran
millones.
Estamos viviendo en pleno
artificio. Saben las autoridades, por ejemplo, que es imposible vender la
harina a 62 pesetas y el pan a 66 céntimos ; pero cobardes para afrontar cara a
cara el problema, dejan que los harineros de provincias hagan lo que les de la
gana y consienten la venta de panes con faltas de 200 gramos. De ello resulta
un doble daño, pues en vez de pagar el pan a su justo precio, es pagado mucho
más caro al amparo del fraude. Y lo mismo sucede con todo, con daño notorio de
los comerciantes e industriales de buena fe, pues a la misma hora en que imágenes
se esfuerzan por cumplir su deber, aun a riesgo de arruinarse, como está
sucediendo a los harineros de Madrid, que venden a 62 pesetas, se enriquecen
otros al amparo del fraude, de la merma, de la sisa, de la adulteración y del
alza abusiva en el precio.
El régimen de justo precio con
peso o medida exacta y calidad buena, es mil veces preferible al sistema
imperante de precio nominal con sisa libre. Un ejemplo lo demostrará: los
panaderos dicen que podrían dar el pan a 70 céntimos con su peso exacto. Un kilo,
70 céntimos. Ahora cuesta 66 céntimos el kilo; pero como dan 800 gramos,
resulta el kilo a 75 céntimos. Además, tiene el actual sistema otro
inconveniente: el engaño al estómago. Quien se comía antes un panecillo, comía
120 gramos. Si comía tres al día, comía 360 gramos. Ahora come los tres
panecillos; pero como son de unos 90 gramos, se come 270 gramos. La ilusión es
igual: tres panecillos. Pero al organismo se le han restado 90 gramos de pan.
Así es en todo. ¿Acaso es lo mismo
un trozo de carne de 1.000 gramos que otro de 900? Claro es que del uno y del
otro se pueden hacer cinco trozos. Pero los unos serán de 200 gramos y los
otros de 180. De todo ello resulta que cada día quitamos a nuestros estómagos,
sin darnos cuenta, cantidad no pequeña de alimento. Gramos de pan, de carne, de
pescado, de legumbres... ¡Son muchos pocos, pero juntos hacen un mucho! Y poco
a poco se van desnutriendo los hombres y la raza va degenerando, al mismo
tiempo que los bolsillos son esquilmados.
¿No hay quién sea capaz de
remediar esos abusos, comenzando por variar el sistema? Vayamos al señalamiento
del justo precio, del precio racional y equitativo; pero no consintamos que
nadie sise en el peso, ni defraude en la medida, ni adultere la cantidad. Para
el comerciante de buena fe, todo género de protección: para el de mala fe, todo
el rigor de las leyes.
JUAN DE ARAGON
https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do
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