Es una vergüenza que las
autoridades no atajen el curso de la epidemia tífica
La Correspondencia de España, 31 de marzo de 1920 (1)
COMENTANDO
Perdonen los lectores que
argumente con eL ejemplo de Leopoldo Romeo; pero necesito recurrir a su labor
como gobernador de Madrid para demostrar la posibilidad de acabar con el tifus
que cada año produce en Madrid la muerte de centenares de personas.
Morían en Madrid centenares de
personas por viruela y un día se decidió a acabar con esa vergüenza. No
necesitó para ello más que una cosa: voluntad. Durante tres meses se decidió a
vacunar, a tiros si fuese preciso, y se vacunó todo Madrid. ¿Por qué triunfó?
Pues sencillamente por conocer el modo de ser de los españoles. Cuando se
convencen de que un mandato es justo y beneficioso, lo cumplen voluntariamente
casi todos, y esa masa de ciudadanos ayuda a la autoridad para imponerse, por
el terror si es necesario, a los desobedientes, a los ineducados, a los
rebeldes.
En tres meses, sólo con escasas molestias y con un gasto de ¡¡¡ siete mil pesetas ¡!!, quedó vacunada toda la provincia de Madrid y desterrada la viruela.
Convencido de que era fácil, con
solo voluntad, hacer mucho bien al vecindario, se propuso acabar con el tifus y
emprendió la obra preliminar de extirpar de raíz la mendicidad profesional,
trámite precio para acometer con éxito la campaña contra el tifus. El plan
estaba rigurosamente para darle cima, no era necesario para realizarlo otra
cosa que voluntad y muy poco dinero.
Había en Gobernación un crédito
para «Enfermedades evitables» y de ese crédito solicitó fuese dedicado lo
necesario para adquirir vacuna antitífica. El Mundo entero la había utilizado
con éxito y sin riesgo en todos sus ejércitos. El plan era bien sencillo. Una
vez declarada la epidemia, hacer uso de las facultades dictatoriales que
concede la Ley Provincial y ordenar la vacunación obligatoria a su costa. Los
pobres, gratis. En cuanto el vecindario se hubiese convencido de que con unas
pesetas y pequeña molestia evitaba una enfermedad larga, cruel y costosa,
habría hecho lo que con la viruela: decidirse a vacunarse. Y con escaso gasto,
como sucedió con la viruela, Madrid habría quedado inmunizado por un período
por lo menos de dos años, período que podía haber sido dedicado al saneamiento
de las aguas que abastecen Madrid.
Era esa la labor definitiva, de
consolidación. Primer período, extirpación de la mendicidad profesional y de la
vagancia característica de Madrid. Segundo periodo ,vacunación, para tener un
plazo de inmunidad relativa. Tercer período, saneamiento, para obtener la
inmunidad absoluta.
Cuando dejo de ser gobernador mi
inseparable compañero, estaba ya estudiando lo referente a la vacunación, de
acuerdo con el alcalde de Madrid. Había hecho un estudio relacionado con la
elaboración de vacunas antitíficas y el plan estaba ya tan adelantado que de
haber continuado unas semanas desempeñando el cargo, habría comenzado a ser
ejecutado sin demora. Pero surgió el cambio de Gobierno, y aun cuando el Sr.
Goicoechea le invitó repetidamente a que continuase en el Gobierno de la
Provincia, no le pareció decoroso hacerlo.
No crean los madrileños que el
pian era caro, ni aun en lo referente a mendicidad. Calculaba Leopoldo Romeo
que en tres meses podían ser enviados a sus respectivas provincias unos 6.000
mendigos y vagos profesionales. Una vez extirpado lo anormal, habría quedado
reducido el problema a unas 100 estancias diarias y a unas 300 expulsiones
mensuales. Las 100 estancias habrían costado entre comida y aseo unas 6.000
pesetas mensuales. Los 300 viajes, otras 6.000 pesetas. Y Madrid habría quedado
sin un solo mendigo, pues los ciegos estaban ya en camino de ver resuelto su
porvenir con el establecimiento de permisos especiales, en sitios fijos, para
ganarse la vida vendiendo décimos de lotería, periódicos, cerillas, etc.
etcétera, sin molestar al transeúnte. Además, de acuerdo con los ciegos
ilustrados, se estaban ya organizando escuelas para enseñarles a fabricar
cestas, toquillas, medias, etcétera, etcétera, redimiéndoles de la mendicidad.
Pero ni la vacuna ni la
extirpación de la mendicidad profesional bastaban. Era preciso acometer el
problema del agua. Para ello no había más que dos soluciones: establecer una
guardería eficaz a lo largo de los canales, llevando antes a la cárcel, a unos
cuantos alcaldes y a otros cuantos vecinos para que aprendan a mirar los
canales como cosa sagrada, y obligar a las Empresas a filtrar el agua, sin
contemplaciones de ningún género. Como complemento, su esterilización química.
Eso requiere tiempo; y como
calculaba por lo menos en dos años el efecto inmunizador de la vacuna
antitífica, creía que habría bastante con dos años para sanear todas las
conducciones de agua, tanto las descubiertas cuanto las cubiertas. El Canal de
Isabel II estaba en muy buena disposición, y confiaba Leopoldo Romeo encontrar
en su entrañable amigo el marques de Santillana las mismas facilidades. El
Alcalde le había prometido coadyuvar a la campaña haciendo en los antiguos
viajes cuanto fuese necesario, y no cabía duda de que el tifus abdominal habría
sido desterrado, como lo había sido la viruela.
Por desgracia, todo eso ha sido un
proyecto; pero yo no me explico qué razones han impedido continuar aquella
obra. Los hechos han demostrado con la viruela que sólo imágenes necesario
voluntad para acabar con ella. ¿No hay medio de que alguien tenga voluntad para
acabar con el tifus? Está produciendo cada año centenares de víctimas, y ya es
hora de que alguien le salga al paso, demostrando que se tienen energías para
ejercer la autoridad en beneficio del vecindario.
¡Querer es poder! ¿Hay quien
quiera?
Perdonen los lectores que haya tomado el
nombre de Leopoldo Romeo para argumentar; pero era necesario. Sólo invocando lo
sucedido con la viruela, podía quedar demostrado que era fácil hacer lo mismo
con el tifus.
JUAN DE ARAGON
(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do
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