La
Libertad, 7 de marzo de 1925 (1)
Leopoldo Romeo
ha muerto. Con honda pena trazamos estas líneas bajo la dolorosa impresión de
la desgracia que nos arrebata a uno de los nuestros, a uno de los periodistas
más ilustres, a uno de los escritores que dedicó su vida entera al trabajo, mal
agradecido de estas hojas diarias. Ha muerto Romeo cuando aún se podían esperar
de su gran inteligencia y de su extraordinaria capacidad de trabajo frutos muy
lisonjeros; cuando la experiencia adquirida en muchos años de rudo batallar se
aunaba a la recia voluntad del pensador simplista, rectilíneo, incapaz del
menor desmayo ni de la más pequeña claudicación.
Para nosotros
era Romeo algo más que un compañero, que un maestro del periodismo; era el
camarada bondadoso, el amigo propicio a los sacrificios mayores. Cuando en
aquellos días de lucha desigual en que, animados de un soplo ideal de
romanticismo, un grupo de periodistas se alzó contra las grandes Empresas que
disponían de todos los resortes del Poder, cuando unos cuantos de los que
formábamos aquel grupo quisimos hacer un periódico, no hubo más que una persona
capaz de desoír las amenazas, de no doblegarse a las coacciones, y fue Leopoldo
Romeo quien al oír nuestra pretensión no tuvo más que una frase, la misma que
fue lema de toda su vida. «A trabajar! Todo lo que tengo es vuestro. Casa,
talleres, telegramas, hasta cuartillas, lo que necesitéis... Y así se hizo el
primer número de LA LIBERTAD y así se levantó en nuestros corazones un altar de
gratitud en el que rendimos culto al insigne periodista que ya nos abandona
para siempre.
¡Con qué
tristeza escribimos “para siempre”! Porque nunca se borrará de nuestra memoria
aquellas noches en que Leopoldo Romeo, después de hacer “La Correspondencia de
España”, de escribir dos, tres y aún más artículos diarios, velaba con nosotros
hasta que los primeros números de LA LIBERTAD salían de las máquinas, y con su
ejemplo nos alentaba, con sus consejos nos asistía, y muchas veces, insensible
a la fatiga, nos ayudaba con su esfuerzo material en la hora angustiosa del cierre,
cuando empezaban a aparecer por las esquinas inmediatas los guardias encargados
de perseguir a los vendedores y repartidores de nuestro periódico, y las plumas
tremantes de indignación rasgaban las cuartillas. Leopoldo Romeo vivirá siempre
con nosotros y para nosotros.
No somos sólo
nosotros los que así podemos hablar de Leopoldo Romeo. Su vida entera,
esmaltada de sacrificios y renunciaciones, es su mejor ejecutoria. Tuvo
periódicos, que fueron grandes órganos de opinión; ocupó altos cargos: fue
diputado a Cortes muchas veces, y en la memoria de todos está su labor. Hasta
que él ocupó el Gobierno civil de Madrid apenas si se sabía que existía tal cargo.
Desde allí, la férrea energía de Leopoldo Romeo salvó al pueblo madrileño de la
vergüenza y de los horrores de una epidemia variolosa. Fue la primera vez en
que se cumplió una cosa obligatoria: la vacunación. Y fue también obra suya la
recogida verdad de los mendigos y vagos profesionales: la creación de los
comedores para pobres vergonzantes y tantas otras cosas en que su voluntad
triunfó de la falta de recursos y aun de la falta de voluntad de los demás.
Liberal
convencido, escritor excelente, de clarísimo estilo y sólida argumentación, sus
campañas periodísticas son modelo por la Justicia que las inspiraba. Su
pseudónimo de «Juan de Aragón» alcanzó una popularidad envidiable, y en el gran
periódico inglés «Daily Telegraph. era respetado y querido como el mejor de
todos sus redactores corresponsales.
No os posible
hacer en estos momentos, en que el corazón vence al cerebro, una biografía
completa de Leopoldo Romeo, periodista insigne, político honrado, honradísimo,
hombre bueno y amigo cariñoso y leal. Pudo ser lo que hubiera querido y no
quiso ser más que periodista. En otro país hubiera muerto millonario. Aquí,
como tantos otros, no pudo pasar de una miseria decorosa, porque nunca ambicionó
riqueza y aun la despreció en más de una ocasión.
Con la muerte
de Leopoldo Romeo pierde el periodismo español una de sus más relevantes
figuras.
A su viuda,
doña Luz Fernández Duro y sus hijos y a su hermano, D. José Romeo, enviamos la
expresión de nuestro duelo, de nuestro dolor sincero, por la pérdida del
maestro y del amigo.
(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do
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