martes, 4 de febrero de 2025

A120 ELIMINAR EL 90% DE LOS MENDIGOS QUE SON FORASTEROS

 

La Correspondencia de España, 28 de octubre de 1920

COMENTANDO

El Alcalde de Madrid se empeña en no querer convencerse de que el problema de la mendicidad es municipal

El Sr. Alcalde de Madrid no tiene ni idea del problema de la mendicidad en Madrid. El noventa por ciento de los mendigos son forasteros, y el problema consiste en alejarlos de Madrid, no para que perezcan, sino para que en sus respectivas provincias los asilen o los soporten. Los gastos de enviar un mendigo a su respectiva provincia son por término medio de 30 pesetas, distribuidas de la siguiente forma: Cinco estancias en el Campamento y desinfección, 8. Importe del tren, a cuarta parte de precio, 18. Socorro de camino, 4. Se puede calcular que por cada mendigo expulsado se van voluntariamente diez y bastará con pagar los viajes a 3.000. Organizadas bien las expediciones, pueden salir 1.000 cada mes, y por lo tanto en tres meses puede quedar limpio de mendigos forasteros Madrid. Para eso hace falta durante tres meses un presupuesto de 30.000 pesetas, las cuales pueden muy bien ser dadas por la Matritense de Caridad. Luego, cuando ya estén expulsados los mendigos forasteros, quedará limitado el número de pobres de solemnidad a los de Madrid y el problema se reducirá a límites tolerables, pudiendo calcular en 500 el número de estancias diarias que a 1,25 pesetas importan unas 20.000 pesetas, cantidad de que puede disponer holgadamente la Matritense de Caridad.


Como la función de recoger, de enviar y de impedir que vuelvan los mendigos es del Alcalde de Madrid y del Director General de Seguridad, he dicho, digo y seguiré diciendo que ellos y sólo ellos son los responsables de que haya mendigos en la Corte. ¿Quiere el Alcalde que culpe al Arzobispo de Toledo o al Presidente del Tribunal Supremo?

Lo que sucede es que las autoridades no se ocupan de ese problema. En época de Leopoldo Romeo dio resultado su campaña por la razón sencilla de que todos los días daba la orden personalmente, y presenciaba la recogida y organizaba las expediciones, y compraba las ropas, y visitaba las cocinas y los comedores, y dedicaba tres o cuatro horas a recibir a los mendigos oyendo de sus labios sus cuitas y procurando remediarlas. Pregunte el Sr. Alcalde al comandante Sr. Camarero cómo se realizó aquella campaña y se enterará de lo que hay que hacer para no fracasar. Entonces era raro ver pobres solo por las calles, y con solo haber persistido tres o cuatro meses en la campaña, no habría quedado ni un solo mendigo ni golfo en Madrid, pues la persecución era incesante y sabían de sobra que en cuanto mendigaban eran detenidos.


Es cierto que el general La Barrera dio órdenes terminantes a la Guardia Civil de la provincia para que vigilase trenes y carreteras impidiendo el regreso de los mendigos y que además coadyuvó de un modo eficacísimo el Cuerpo de Seguridad; pero comprenderá el Sr, Alcalde que si él quiere puede obtener ese mismo concurso haciendo lo que hizo el Sr. Romeo: presentar la dimisión y no retirarla hasta obtener palabra solemne de que la recibirá Dirección General de Seguridad recibiera ordenes terminales del Ministerio de la  Gobernación.

Una vez expulsados los forasteros y asilados cuantos mendigos deban ser asilados, sobra con 20.000 pesetas para que no haya en las calles más mendigos que aquellos que deban estar. Para ello hace falta un plan, y consiste pura y simplemente en organizar la mendicidad, consintiéndola solamente a los ciegos e impedidos que no sean repulsivos; pero en sitios fijos y sin circular por las calles. En todo el Mundo hay pobres autorizados para pedir limosnas disfrazándola con la venta de cerillas o de otros artículos.

El pobre que mendiga sentado en un sitio fijo, sin importunar al transeúnte, no molesta. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, al simpático cieguecito «del clarinete» que pedía limosna en Recoletos, o al «del perro» que recibía los donativos en el Retiro? A los ciegos, a los impedidos, a los ancianos que sea imposible asilar se les debe señalar un sitio fijo en las puertas de las iglesias, en determinadas calles y en ciertos locales para que reciban los donativos de las almas caritativas. Cada uno de ellos tendría sus protectores fijos; pero Madrid no sufriría las molestias del acoso continuo.

No se canse el Sr. Alcalde. Eso, como todo lo humano, no se resuelve por arte de encantamiento. Necesita muchas horas, muchos desvelos, mucho entusiasmo, y el Sr. Alcalde de Madrid acaso no pueda distraer ni un solo minuto de otros asuntos que le son más gratos. ¡Con haber dedicado un poco más de tiempo a limpiar de mendigos las calles, y un poco menos a sacar adelante el Empréstito y sus incidencias, acaso ya no habría pobres en Madrid!

JUAN DE ARAGON

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