La Correspondencia de España, 28
de octubre de 1920
COMENTANDO
El Alcalde de Madrid se empeña en
no querer convencerse de que el problema de la mendicidad es municipal
El Sr. Alcalde de Madrid no tiene
ni idea del problema de la mendicidad en Madrid. El noventa por ciento de los
mendigos son forasteros, y el problema consiste en alejarlos de Madrid, no para
que perezcan, sino para que en sus respectivas provincias los asilen o los
soporten. Los gastos de enviar un mendigo a su respectiva provincia son por
término medio de 30 pesetas, distribuidas de la siguiente forma: Cinco
estancias en el Campamento y desinfección, 8. Importe del tren, a cuarta parte
de precio, 18. Socorro de camino, 4. Se puede calcular que por cada mendigo
expulsado se van voluntariamente diez y bastará con pagar los viajes a 3.000.
Organizadas bien las expediciones, pueden salir 1.000 cada mes, y por lo tanto
en tres meses puede quedar limpio de mendigos forasteros Madrid. Para eso hace
falta durante tres meses un presupuesto de 30.000 pesetas, las cuales pueden
muy bien ser dadas por la Matritense de Caridad. Luego, cuando ya estén
expulsados los mendigos forasteros, quedará limitado el número de pobres de
solemnidad a los de Madrid y el problema se reducirá a límites tolerables,
pudiendo calcular en 500 el número de estancias diarias que a 1,25 pesetas
importan unas 20.000 pesetas, cantidad de que puede disponer holgadamente la
Matritense de Caridad.
Como la función de recoger, de enviar y de impedir que vuelvan los mendigos es del Alcalde de Madrid y del Director General de Seguridad, he dicho, digo y seguiré diciendo que ellos y sólo ellos son los responsables de que haya mendigos en la Corte. ¿Quiere el Alcalde que culpe al Arzobispo de Toledo o al Presidente del Tribunal Supremo?
Lo que sucede es que las
autoridades no se ocupan de ese problema. En época de Leopoldo Romeo dio
resultado su campaña por la razón sencilla de que todos los días daba la orden
personalmente, y presenciaba la recogida y organizaba las expediciones, y
compraba las ropas, y visitaba las cocinas y los comedores, y dedicaba tres o
cuatro horas a recibir a los mendigos oyendo de sus labios sus cuitas y
procurando remediarlas. Pregunte el Sr. Alcalde al comandante Sr. Camarero cómo
se realizó aquella campaña y se enterará de lo que hay que hacer para no
fracasar. Entonces era raro ver pobres solo por las calles, y con solo haber
persistido tres o cuatro meses en la campaña, no habría quedado ni un solo
mendigo ni golfo en Madrid, pues la persecución era incesante y sabían de sobra
que en cuanto mendigaban eran detenidos.
Es cierto que el general La Barrera dio órdenes terminantes a la Guardia Civil de la provincia para que vigilase trenes y carreteras impidiendo el regreso de los mendigos y que además coadyuvó de un modo eficacísimo el Cuerpo de Seguridad; pero comprenderá el Sr, Alcalde que si él quiere puede obtener ese mismo concurso haciendo lo que hizo el Sr. Romeo: presentar la dimisión y no retirarla hasta obtener palabra solemne de que la recibirá Dirección General de Seguridad recibiera ordenes terminales del Ministerio de la Gobernación.
Una vez expulsados los forasteros
y asilados cuantos mendigos deban ser asilados, sobra con 20.000 pesetas para
que no haya en las calles más mendigos que aquellos que deban estar. Para ello
hace falta un plan, y consiste pura y simplemente en organizar la mendicidad,
consintiéndola solamente a los ciegos e impedidos que no sean repulsivos; pero
en sitios fijos y sin circular por las calles. En todo el Mundo hay pobres
autorizados para pedir limosnas disfrazándola con la venta de cerillas o de
otros artículos.
El pobre que mendiga sentado en un
sitio fijo, sin importunar al transeúnte, no molesta. ¿Quién no recuerda, por
ejemplo, al simpático cieguecito «del clarinete» que pedía limosna en
Recoletos, o al «del perro» que recibía los donativos en el Retiro? A los
ciegos, a los impedidos, a los ancianos que sea imposible asilar se les debe
señalar un sitio fijo en las puertas de las iglesias, en determinadas calles y
en ciertos locales para que reciban los donativos de las almas caritativas.
Cada uno de ellos tendría sus protectores fijos; pero Madrid no sufriría las
molestias del acoso continuo.
No se canse el Sr. Alcalde. Eso,
como todo lo humano, no se resuelve por arte de encantamiento. Necesita muchas
horas, muchos desvelos, mucho entusiasmo, y el Sr. Alcalde de Madrid acaso no
pueda distraer ni un solo minuto de otros asuntos que le son más gratos. ¡Con
haber dedicado un poco más de tiempo a limpiar de mendigos las calles, y un
poco menos a sacar adelante el Empréstito y sus incidencias, acaso ya no habría
pobres en Madrid!
JUAN DE ARAGON
No hay comentarios:
Publicar un comentario