LOS DOCUMENTOS OFICIALES NO TIENE
MAS DUEÑO QUE EL ESTADO
La Correspondencia de España, 9 de febrero de 1920 (1)
DOCUMENTANDO
El incidente promovido por la lectura
de las cartas de carácter reservado cambiadas entre el Gobierno que presidió el
conde de Romanones y el capitán general de Cataluña, está tramitándose aún a la
hora en que escribo estas líneas. Unos dicen que habrá crisis, otros que será
relevado el capitán general, y no faltan quienes opinen que todo se arreglará
sin llegar la sangre al río.
La opinión pública no ha dado al
incidente gran importancia. Sabe que en España no hay nada secreto, y que los
politicos no guardan nada reservado: ni siquiera lo que el Rey les dice en
la intimidad. El que lo oye lo cuenta a un amigo, éste a otro, el otro a otro,
y al cabo de diez minutos lo saben hasta los criados. A veces es frecuente
oir en un café, a las dos de la tarde, lo que el Rey ha dicho a un Presidente a
las diez de la mañana, y no es raro escuchar en los Clubs y Casinos noticias
que se refieren a gravísimos asuntos de Estado, dadas con sus puntos y con sus
comas.
Eso es lo serio, lo grave. Lo
sucedido ahora no es otra cosa que un incidente, pues esas cartas, como otras
mil, habían circulado profusamente, y raro era el político que no las conocía.
Para mí, no radica la gravedad en que el conde de Limpias haya leído las
cartas, sino en que pudiese tenerlas.
Tengo un criterio absolutamente
opuesto al de todos los políticos. Entiendo que los funcionarios públicos, de
Presidente a escribiente, no tienen derecho a guardarse copia de los documentos
oficiales. Todo, absolutamente todo debe quedar archivado por ser propiedad del
Estado, y la teoría de que el funcionario público puede hacer uso de textos
suyos oficiales, sin autorización del Estado, es falsa en absoluto. El
funcionario puede decir «en tal fecha se tramitó tal asunto, y en el expediente
está cuanto a mi gestión se refiere. Véase.» Pero no tiene derecho a invocar el
texto, publicándolo. Ese camino conduciría, a las más inconcebibles
perturbaciones, pues el Presidente, los ministros, los subsecretarios, los
gobernadores, etc., etc., harían uso de su archivo, y la vida política sería
una constante exhibición de documentos del Estado.
Por desgracia no es así. En pleno
Congreso se ha dicho que las cartas son propiedad de quien las recibe,
olvidando que las cartas oficiales no tienen más dueño que el Estado, y si se
dijo eso es sencillamente porque cada ministro tiene la costumbre en España de
llevarse a su casa copia de todo cuanto tiene importancia, para utilizarlo
cuando le conviene, dándose el caso, cuando mueren, de que sean vendidos al
peso papeles importantísimos que afectan a la seguridad del Estado, mezclados
con tara privadas en las cuales aparecen Rinconete y Cortadillo con mas
frecuencia que Saavedra Fajardo y Metternich.
Aún llega a más la desaprensión, y
no es raro, sobre todo en los periódicos, recibir la visita de políticos, que
con la mayor frescura, y como la cosa más natural del Mundo, enseñan copias de
comunicaciones oficiales para defenderse, o para atacar al adversario. La mejor
prueba de cuanto digo está en la publicación de libros, sin protesta de los
Gobiernos, ni intervención del fiscal, en los cuales han sido incluidas, día
por día, todas las órdenes públicas y secretas, y todas las comunicaciones de
orden militar cambiadas entre los, Gobiernos y las autoridades respectivas.
Cuando murió Canalejas, fueron
vendidos al peso varios carros de papel. La casualidad hizo que algunos legajos
cayesen en manos caballerosas. En ellos había documentos sensacionales y cartas
sensacionales también. Los documentos fueron quemados, y las cartas entregadas
a quienes las firmaban. Todo lo leyó un periodista, que se olvidó de que era
periodista para acordarse sólo de que era español y caballero. Por ser español,
contribuyó también a que las cartas fuesen devueltas. Había de muchos
políticos, y a todos les fueron devueltas. Había de muchos políticos, y todos
les fueron devueltas D. Amalio Gimeno, que aún vive, podrá decir si recibió
todas las que había escrito de su puño y letra a D. José Canalejas. ¡Todas le
fueron devueltas, aun cuando era tentador su texto e incitaba a conservarías!
¿Qué habría sucedido si todo eso
llega a caer en manos que no hubiesen sido ni de caballero ni de español?
En eso estriba la gravedad del
incidente planteado por la ligereza del señor conde de Limpias. ¡Tener unas
cartas! Si los periodistas publicasen los centenares que a sus manos han
llegado, y si yo ahora mismo seleccionase unas cuantas para leerlas en público….
¿qué sucedería? ¡ Menuda marimorena se armaría!.
Es preciso acabar con esa mala
costumbre. Y también con otra: con la de salir de la Cámara Regia y vocear a
los cuatro vientos, a veces comiendo delante de criados que en ocasiones no
saben oír bien, todo cuanto se acaba de hablar con S. M. el Rey.
¡Mientras los ministros crean que
los papeles de Estado son para coleccionarlos en los archivos particulares
junto con las cartas en que se habla mal de los adversarios políticos, y que
las conversaciones oficiales con S. M. el Rey son para pregonadas en la
tertulia, el mal no tendrá remedio! Ayer fueron unas cartas. ¿Quién impedirá
que mañana sean otras?
JUAN DE ARAGON
(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do
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