lunes, 3 de febrero de 2025

A093 DOCUMENTOS SECRETOS DEL ESTADO

 


LOS DOCUMENTOS OFICIALES NO TIENE MAS DUEÑO QUE EL ESTADO

La Correspondencia de España, 9 de febrero de 1920 (1)

DOCUMENTANDO

El incidente promovido por la lectura de las cartas de carácter reservado cambiadas entre el Gobierno que presidió el conde de Romanones y el capitán general de Cataluña, está tramitándose aún a la hora en que escribo estas líneas. Unos dicen que habrá crisis, otros que será relevado el capitán general, y no faltan quienes opinen que todo se arreglará sin llegar la sangre al río.

La opinión pública no ha dado al incidente gran importancia. Sabe que en España no hay nada secreto, y que los politicos no guardan nada reservado: ni siquiera lo que el Rey les dice en la intimidad. El que lo oye lo cuenta a un amigo, éste a otro, el otro a otro, y al cabo de diez minutos lo saben hasta los criados. A veces es frecuente oir en un café, a las dos de la tarde, lo que el Rey ha dicho a un Presidente a las diez de la mañana, y no es raro escuchar en los Clubs y Casinos noticias que se refieren a gravísimos asuntos de Estado, dadas con sus puntos y con sus comas.



Eso es lo serio, lo grave. Lo sucedido ahora no es otra cosa que un incidente, pues esas cartas, como otras mil, habían circulado profusamente, y raro era el político que no las conocía. Para mí, no radica la gravedad en que el conde de Limpias haya leído las cartas, sino en que pudiese tenerlas.

Tengo un criterio absolutamente opuesto al de todos los políticos. Entiendo que los funcionarios públicos, de Presidente a escribiente, no tienen derecho a guardarse copia de los documentos oficiales. Todo, absolutamente todo debe quedar archivado por ser propiedad del Estado, y la teoría de que el funcionario público puede hacer uso de textos suyos oficiales, sin autorización del Estado, es falsa en absoluto. El funcionario puede decir «en tal fecha se tramitó tal asunto, y en el expediente está cuanto a mi gestión se refiere. Véase.» Pero no tiene derecho a invocar el texto, publicándolo. Ese camino conduciría, a las más inconcebibles perturbaciones, pues el Presidente, los ministros, los subsecretarios, los gobernadores, etc., etc., harían uso de su archivo, y la vida política sería una constante exhibición de documentos del Estado.

Por desgracia no es así. En pleno Congreso se ha dicho que las cartas son propiedad de quien las recibe, olvidando que las cartas oficiales no tienen más dueño que el Estado, y si se dijo eso es sencillamente porque cada ministro tiene la costumbre en España de llevarse a su casa copia de todo cuanto tiene importancia, para utilizarlo cuando le conviene, dándose el caso, cuando mueren, de que sean vendidos al peso papeles importantísimos que afectan a la seguridad del Estado, mezclados con tara privadas en las cuales aparecen Rinconete y Cortadillo con mas frecuencia que Saavedra Fajardo y Metternich.

Aún llega a más la desaprensión, y no es raro, sobre todo en los periódicos, recibir la visita de políticos, que con la mayor frescura, y como la cosa más natural del Mundo, enseñan copias de comunicaciones oficiales para defenderse, o para atacar al adversario. La mejor prueba de cuanto digo está en la publicación de libros, sin protesta de los Gobiernos, ni intervención del fiscal, en los cuales han sido incluidas, día por día, todas las órdenes públicas y secretas, y todas las comunicaciones de orden militar cambiadas entre los, Gobiernos y las autoridades respectivas.

Cuando murió Canalejas, fueron vendidos al peso varios carros de papel. La casualidad hizo que algunos legajos cayesen en manos caballerosas. En ellos había documentos sensacionales y cartas sensacionales también. Los documentos fueron quemados, y las cartas entregadas a quienes las firmaban. Todo lo leyó un periodista, que se olvidó de que era periodista para acordarse sólo de que era español y caballero. Por ser español, contribuyó también a que las cartas fuesen devueltas. Había de muchos políticos, y a todos les fueron devueltas. Había de muchos políticos, y todos les fueron devueltas D. Amalio Gimeno, que aún vive, podrá decir si recibió todas las que había escrito de su puño y letra a D. José Canalejas. ¡Todas le fueron devueltas, aun cuando era tentador su texto e incitaba a conservarías!

¿Qué habría sucedido si todo eso llega a caer en manos que no hubiesen sido ni de caballero ni de español?

En eso estriba la gravedad del incidente planteado por la ligereza del señor conde de Limpias. ¡Tener unas cartas! Si los periodistas publicasen los centenares que a sus manos han llegado, y si yo ahora mismo seleccionase unas cuantas para leerlas en público…. ¿qué sucedería? ¡ Menuda marimorena se armaría!.

Es preciso acabar con esa mala costumbre. Y también con otra: con la de salir de la Cámara Regia y vocear a los cuatro vientos, a veces comiendo delante de criados que en ocasiones no saben oír bien, todo cuanto se acaba de hablar con S. M. el Rey.

¡Mientras los ministros crean que los papeles de Estado son para coleccionarlos en los archivos particulares junto con las cartas en que se habla mal de los adversarios políticos, y que las conversaciones oficiales con S. M. el Rey son para pregonadas en la tertulia, el mal no tendrá remedio! Ayer fueron unas cartas. ¿Quién impedirá que mañana sean otras?

JUAN DE ARAGON

(1) https://prensahistorica.mcu.es/es/inicio/inicio.do

 

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