La Correspondencia, 19 de enero de
1920
PRESCINDIR DEL PARLAMENTO
COMENTANDO
Es incomprensible que se continúe
perdiendo el tiempo un solo día más
Nadie se atreve a decir ya que el
Parlamento sirve para algo más que para perder el tiempo, a excepción de tres o
cuatro diputados atacados de verborrea y de otros tantos como aun creen de
buena fe que sus discursos es capaz de salvar la Patria. El resto de los
españoles, incluyendo también a casi todos los políticos, están convencidos de
que no sirve para nada práctico. Saben por dolorosa experiencia que no es otra
cosa que rémora para gobernar y además están convencidos de lo incurable del
mal. De nada serviría disolver este Parlamento, pues otras elecciones darían
resultado casi idéntico. Los moldes y la masa serían casi los mismos
mientras los moldes no sean rotos y la masa cambiada, será siempre igual. Y
como la masa no cambiará mientras no sea educada, y la educación no será
realidad mientras no se gobierne de otro modo, resulta claro que el problema,
aun cuando aparentemente es parlamentario, es de Gobierno.
Continúa imperando el mismo
sistema de siempre, con los mismos procedimientos e idéntico programa: no hacer
nada práctico, ir ganando días con dilatorias, servir a los amigos lo mejor que
se puede, engañar al país de la manera más hábil, disfrazar en todo
momento la verdad y convertir en problemas de política partidista los asuntos
de interés nacional, falseando de tal modo su esencia que sean resueltos
siempre con arreglo a las conveniencias políticas de quien gobierna. Esa y no
otra es la diaria lucha parlamentaria, sin otra finalidad que robustecer las
fuer- zas propias debilitando de paso las del adversario político con el empleo
de todo género de intrigas, de buena o de mala ley.
Por los síntomas no hay enmienda
en los gobernantes, ni en los que aspiran a gobernar. Basta con analizar
detenida- mente cuanto se está realizando para con- vencerse de que sigue
imperando el más abyecto de los nepotismos, sin más criterio gubernamental que
devolver las mercedes privadas con mercedes públicas, como si la Gaceta no
fuese otra cosa que un libro talonario puesto en manos de quienes tienen
influjo sobre los gobernantes para con él pagar los servicios de sus respectivas
clientelas. Al pasante a quien se le paga miserablemente, o no se le paga se le
regala primero un acta, y luego cargo. El pasante a la vez, ya personajillo,
paga con actas o cargos de menor cuantía a sus clientes, y acaso sea por eso
tan frecuente ver en la política española cómo el lechero del secretario del
pasante del pasante del ministro se vea recompensado con un acta concejil, por
aquello de que el ministro no paga a su pasante, el pasante del ministro no
paga al suyo, éste no paga a su secretario, el secretario no paga al lechero y
el lechero cobra la leche, primero adulterándola a mansalva, y luego dejando
que la adulteren, cuando de conductor de burras se ve ascendido a representante
popular elegido por electores.
Eso fué, eso es, y eso será, a
menos de que los ciudadanos se vayan convenciendo de que no debe continuar así,
y se decidan un buen día a acabar con todos esos titiriteros que no han pensado
jamás ni un solo momento en otra cosa que en sanear sus bufetes, aumentar sus
nóminas de consejeros, aliviar de cargas fiscales a las Sociedades por ellos
amparadas, aumentar los impuestos de los demás españoles, y no acordarse jamás,
ni por casualidad, de us minutas, nóminas, honorarios y otros ingresos a la
hora de votar los impuestos.
¿Para qué Parlamento? • Mientras
no sea votada una Ley de Incompatibilidades que borre de un plumazo las
categorías parlamentarias improvisadas al amparo de un acta, y que haga
imposible la promiscuación pública y privada, alejando de él a los hijos, a los
yernos, a los parientes, a los pasantes y a los clientes de los personajes y
destrozando las dinastías de los oligarcas y de los caciques, no servirá para
nada práctico el Parlamento. Este, como el anterior y como el que le suceda, no
será otra cosa que un estorbo, y por eso tiene razón sobrada mi querido amigo
particular el Sr. Ossorio y Gallardo para decir que ni va ni irá al Congreso,
pues allí no se hace otra cosa que perder el tiempo.
¿A qué esperan quienes tienen la
obligación de impedir que España no desaparezca como nación? ¿ Para qué perder
más tiempo, si fatalmente se ha de llegar a prescindir del Parlamento con una
fórmula o con otra? ¿ No es ya el momento de acabar con esa farsa y con esos
farsantes? ¿Acaso no ven claramente quienes tienen la suprema responsabilidad
el riesgo enorme que está corriendo la nación de caer en la anarquía si no se
acude con urgencia a gobernar intensamente sin Parlamento, ya que con este no
pueden gobernar ni blancos ni negros?
Si pudiese ser solución un Parlamento nuevo, sería patriótico ir de nuevo a otras elecciones. Pero... ¿para qué? Vendrán los mismos o casi los mismos, y como no son otra cosa que, fracasados, deben dejar el paso libre a otros, para que con distintos moldes y diferente masa sea fabricado un instrumento capaz de gobernar legislando. ¡Mientras tanto... ja prescindir de él, porque España entera lo está pidiendo a grito herido!
JUAN DE ARAGON
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