La Correspondencia de España, 30
de noviembre de 1916
Ni palabra mala ni obra buena
Los señores ministros no tienen,
en lo que se refiere al personal de sus respectivos ministerios, ni palabra
mala ni obra buena. El infierno dice que está empedrado de buenas intenciones.
Supongo que el refrán querrá decir que el pavimento infernal está formado por
condenados que, teniendo intenciones muy buenas, tuvieron en la vida obras
diferentes de sus intenciones. Si el refrán es verdadero, ya saben mis queridos
amigos los ministros que se siente en el banco azul cual es el porvenir que les
reserva la otra vida; servir de pavimento al infierno.
Desde que mi inseparable compañero Leopoldo Romeo, es diputado, y ya hace unos cuantos años, ha oído a todos los ministros, con rara unanimidad, decir en todos los tonos del registro declamatorio que se ocupan en resolver la cuestión de las plantillas. Todos hicieron alarde de sus buenísimas intenciones; todos ofrecieron poner remedio al mal; todos se condolieron del estado de miseria a que están condenados los funcionarios públicos, desde peones camineros a ingenieros de caminos; todos convinieron en que debía desaparecer el Estado-Asilo para ser sustituido por algo en armonía con sus funciones; pero paso el tiempo, y todo sigue igual, demostrando que los ministros españoles, en punto a reformas del personal, no tienen ni palabra mala ni obra buena.
***
Continua la vergüenza de que tenga
el Estado dependientes suyos que ganan menos que un peón albañil; catedráticos
que perciben menos que un obrero adelantado de cualquier oficio; ingenieros que
cobran menos que un maquinista; médicos a quienes se retribuye peor que a un
barbero; oficiales de Administración que tienen en nómina menos que un portero
u ordenanza; jefes y oficiales del Ejército que a fin de mes reciben menos que
cualquier empleado particular; jefes y oficiales de la Armada que cobran mucho
menos que cualquier capitán u oficial de la marina mercante, como si el Estado
tuviese empeño en demostrar que es el peor patrono de España. Todo ello sin
perjuicio de descontar a sus empleados cantidades que ninguna empresa descuenta
y de tener implantado como régimen para el ascenso, no el merecimiento del
funcionario, sino la influencia del recomendante que lo apadrina. En el orden
privado, el que tiene merecimientos sabe que obtendrá recompensa; en el orden
público, el funcionario que no tiene un buen padrino sabe que se eternizará en
las categorías inferiores, dándose por muy contento si un ministro que se
levante de mal humos no lo deja cesante por reforma. Añadid a eso el sarcasmo
de que pueda ser trasladado de Cartagena a Coruña, de Coruña a Cádiz, de Cádiz
a Gerona, sin explicaciones de ningún género y teniéndose que pagar el viaje,
aun cuando tenga que robar, y os daréis cuenta exactamente de lo paternalmente
que el Estado trata a sus servidores.
***
Cierto es que sobran empleados,
como sobran militares, como sobran marinos; pero no es menos cierto que desde
hace veinte años se pide un día y otro una seria organización de las
plantillas, para lograr que queden los necesarios, retribuidos con el decoro
que el cargo exige y la importancia de los servicios prestados demanda. Todo ha
sido inútil: seguimos hoy como ayer, y seguiremos mañana como hoy. La vergüenza
actual continuara imperando, y las dependencias públicas seguirán siendo asilos
de desocupados mal retribuidos, en vez de ser centros donde trabajen
funcionarios decorosamente pagados.
El sistema actual no es otra cosa
que un estimulante para la vagancia, cuando no para el cohecho, porque los
funcionarios públicos, o tiene necesidad de consagrar su actividad a otros
trabajos, o se ven forzados a sucumbir a la tentación, que con frecuencia
sobrada les ofrece medios para ir viviendo. Así no se puede continuar ni un día
más, a amenos que los encargados de la alta administración del Estado, que son
los ministros, opinen que el país está muy contento con el actual sistema y que
la Nación obtiene con los grandes beneficios. Si así opinan, díganlo
claramente, para que todo el mundo lo sepa; pero si su opinión no es esa,
pongan urgente remedio, porque así no se puede continuar ni un solo día más.
No basta con pronunciar hermosas
palabras de esperanza desde el banco azul, testimonio de las buenas intenciones
de los ministros. El país está cansado de palabras, quieren obras, recordando,
como decía al principio de estas llenas, que el infierno esta empedrado de
buenas intenciones.
JUAN DE ARAGON
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