miércoles, 29 de enero de 2025

A061EL PAIS ESTA CANSADO DE PALABRAS, QUIERE OBRAS

 

La Correspondencia de España, 30 de noviembre de 1916

Ni palabra mala ni obra buena

Los señores ministros no tienen, en lo que se refiere al personal de sus respectivos ministerios, ni palabra mala ni obra buena. El infierno dice que está empedrado de buenas intenciones. Supongo que el refrán querrá decir que el pavimento infernal está formado por condenados que, teniendo intenciones muy buenas, tuvieron en la vida obras diferentes de sus intenciones. Si el refrán es verdadero, ya saben mis queridos amigos los ministros que se siente en el banco azul cual es el porvenir que les reserva la otra vida; servir de pavimento al infierno.

Desde que mi inseparable compañero Leopoldo Romeo, es diputado, y ya hace unos cuantos años, ha oído a todos los ministros, con rara unanimidad, decir en todos los tonos del registro declamatorio que se ocupan en resolver la cuestión de las plantillas. Todos hicieron alarde de sus buenísimas intenciones; todos ofrecieron poner remedio al mal; todos se condolieron del estado de miseria a que están condenados los funcionarios públicos, desde peones camineros a ingenieros de caminos; todos convinieron en que debía desaparecer el Estado-Asilo para ser sustituido por algo en armonía con sus funciones; pero paso el tiempo, y todo sigue igual, demostrando que los ministros españoles, en punto a reformas del personal, no tienen ni palabra mala ni obra buena.


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Continua la vergüenza de que tenga el Estado dependientes suyos que ganan menos que un peón albañil; catedráticos que perciben menos que un obrero adelantado de cualquier oficio; ingenieros que cobran menos que un maquinista; médicos a quienes se retribuye peor que a un barbero; oficiales de Administración que tienen en nómina menos que un portero u ordenanza; jefes y oficiales del Ejército que a fin de mes reciben menos que cualquier empleado particular; jefes y oficiales de la Armada que cobran mucho menos que cualquier capitán u oficial de la marina mercante, como si el Estado tuviese empeño en demostrar que es el peor patrono de España. Todo ello sin perjuicio de descontar a sus empleados cantidades que ninguna empresa descuenta y de tener implantado como régimen para el ascenso, no el merecimiento del funcionario, sino la influencia del recomendante que lo apadrina. En el orden privado, el que tiene merecimientos sabe que obtendrá recompensa; en el orden público, el funcionario que no tiene un buen padrino sabe que se eternizará en las categorías inferiores, dándose por muy contento si un ministro que se levante de mal humos no lo deja cesante por reforma. Añadid a eso el sarcasmo de que pueda ser trasladado de Cartagena a Coruña, de Coruña a Cádiz, de Cádiz a Gerona, sin explicaciones de ningún género y teniéndose que pagar el viaje, aun cuando tenga que robar, y os daréis cuenta exactamente de lo paternalmente que el Estado trata a sus servidores.

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Cierto es que sobran empleados, como sobran militares, como sobran marinos; pero no es menos cierto que desde hace veinte años se pide un día y otro una seria organización de las plantillas, para lograr que queden los necesarios, retribuidos con el decoro que el cargo exige y la importancia de los servicios prestados demanda. Todo ha sido inútil: seguimos hoy como ayer, y seguiremos mañana como hoy. La vergüenza actual continuara imperando, y las dependencias públicas seguirán siendo asilos de desocupados mal retribuidos, en vez de ser centros donde trabajen funcionarios decorosamente pagados.

El sistema actual no es otra cosa que un estimulante para la vagancia, cuando no para el cohecho, porque los funcionarios públicos, o tiene necesidad de consagrar su actividad a otros trabajos, o se ven forzados a sucumbir a la tentación, que con frecuencia sobrada les ofrece medios para ir viviendo. Así no se puede continuar ni un día más, a amenos que los encargados de la alta administración del Estado, que son los ministros, opinen que el país está muy contento con el actual sistema y que la Nación obtiene con los grandes beneficios. Si así opinan, díganlo claramente, para que todo el mundo lo sepa; pero si su opinión no es esa, pongan urgente remedio, porque así no se puede continuar ni un solo día más.

No basta con pronunciar hermosas palabras de esperanza desde el banco azul, testimonio de las buenas intenciones de los ministros. El país está cansado de palabras, quieren obras, recordando, como decía al principio de estas llenas, que el infierno esta empedrado de buenas intenciones.

JUAN DE ARAGON

 

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