lunes, 27 de enero de 2025

A047 EL PILAR SE HUNDE

 

La Correspondencia de España, 18 de febrero de 1912 (1)

EL PILAR SE HUNDE

OPINION DE UN TECNICO

Sr. D. Leopoldo Romeo.

Muy señor mío: Confirmo a usted mi carta anterior del 31 de enero último, en la que le decía, entre otras cosas, que no basta el dinero para conseguir que el Pilar no se hunda, y hoy, ratificándome, desgraciadamente, en mi profecía, añadiré que con los dos millones y pico de pesetas que se piensan destinar a las obras de reconstitución del Pilar no se evitará su ruina; pero añadiré algo, más peregrino todavía, y es que para consolidar el Pilar y evitar su ruina basta y sobra con mucho menos dinero que el indicado.

La razón es obvia; el diagnóstico del enfermo, erróneo, y errónea resulta la terapéutica aplicada. Analizaré la cuestión, tratando los distintos procedimientos propuestos por el mismo orden en que aparecen publicados en el número de ayer de LA CORRESPONDEN- CIA DE ESPAÑA, a saber:

1.° Se propone el atirantado, con tirantes de hierro en las pilastras.

Si lo que se muéve y lo que falla está por debajo del cimiento, que sirve de base, ¿bastarán acaso los tirantes colocados en la parte superior, por encima de la cornisa? Y en cuanto al encintado de los pilares, le diré que constituye una operación secundaria, que sólo adquiere valor cuando se combina con una armadura metálica, que es en este caso la parte fundamental de la obra.

2.° Sostener con soportes las pilastras y hacer profundas excavaciones, renovando totalmente la cimentación para hacerla de cemento portland, evitando con la hidraulicidad del material los perjuicios de las filtraciones.

Conviene tener presente que sobre cada uno de esos cuatro pilares gravitan unos tres millones de kilogramos, procedentes del peso de la bóveda, de los arcos y del mismo pilar; así es que resulta una obra más fantástica que real y práctica el suspenderlos en el espacio para trabajar debajo de los mismos.

Además, para sostener esos soportes, en forma de andamios ciclópeos, será necesario construir lateralmente cimientos provisionales tan importantes como los actuales, puesto que tienen que sostener el mismo peso, luego volverlos a construir nuevamente en su sitio definitivo, o sea debajo y a plomo de cada pilar, lo cual había de costar sumas de gran consideración.

Pero lo lamentable del caso es que, aunque la obra fuese gratuita y hecha por arte de encantamiento, seria de un resultado poco menos que inútil, porque no se evitaría la descomposición del terreno, que es el verdadero causante de la ruina.

El hacer hidráulica la obra de la cimentación, para evitar los perjuicios de las filtraciones, es también otra equivocación. ¿Son acaso de azúcar, que se disuelve en el agua, las fábricas actuales?

Estas se hicieron expresamente para permanecer en el subsuelo, siempre húmedo, así como han durado sin alteración sensible varios años y siglos, durarán otros muchos en el mismo estado.

Téngase presente que la obra no se ha movido hasta que ha cedido el terreno y que la cimentación se encuentra en perfecto estado de solidez.

Finalmente, dice LA CORRESPONDENCIA: Las principales causas del mal estado del Pilar son: insuficiencia de cimentación y debilidad de los contrarrestos laterales.

Este es otro nuevo error, porque el edificio fue muy bien proyectado por el gran Herrera, y si hubiesen sido débiles los soportes, se hubieran resentido desde un principio y no muchos años después, coincidiendo casualmente con el movimiento de depresión del terreno.

La falta de sección en los pilares hubiera producido aplastamiento en sus hiladas; pero aquí no se ven síntomas de este fenómeno. sino única y exclusivamente asientos desiguales de cada uno de los cuatro pilares.

El aplastamiento se manifiesta con evidencia y se caracteriza por el sentido y dirección de las grietas; por la forma, proporción tamaño de las esquirlas de las juntas lesionadas.

Para formular estos diagnósticos hay que proceder con gran cautela y discreción, porque de ellos depende el tratamiento que se adopte, o sea las obras que se han de ejecutar, de las cuales dependerán la estabilidad o la ruina del edificio, la vida o la muerte del monumento.

Al tratar de la cuestión de los empujes laterales, sólo diré que son una consecuencia del nuevo estado de equilibrio del sistema constructivo, tal como se encuentra en la actualidad; pero que consolidado el terreno movedizo en que se apoya, se restablecerá de nuevo su estado normal, de manera que los atrios proyectados con este objeto, y que tienen presupuesto de 1.200.000 pesetas, son completamente innecesarios.

 Además, el aumentar la base de sustentación de cada pilar, como también se propone, es de un resultado problemático.

Es una operación dificilísima y de resultados muy dudosos, empleando obras de fábrica, el poder asociar la fuerza reactiva de una cimentación perimétrica cierta amplitud a la de la cimentación primitiva por donde pase la fuerza resultante de las compresiones y que tiene ya hechos todos sus asientos.

Siento mucho que la índole de la pregunta haya hecho tan larga, y quizá confusa, la respuesta, porque soy un enamorado de la concisión y de la claridad.

Diré, para terminar, que entiendo que aquí se trata por ahora de dar estabilidad al Pilar, y no de embellecerlo, y que, por consiguiente, no procede pasar a la segunda parte sin haber resuelto la primera.

Creo que conviene, ante todo, impermeabilizar el terreno por el conocido procedimiento, sancionado por la práctica, del escudo du bouclier, a base de cemento de fraguado lento con arena muy pura y muy fina.

Hecho esto, conviene obtener experimentalmente su coeficiente de resistencia hasta un límite de 5 kilogramos por centímetro cuadrado, para saber a ciencia cierta el grado de estabilidad obtenido.

El problema tiene una segunda ecuación, cual es el recalce y reforzado de los pilares; esta última operación tiene que hacerse armándolos, conservando su forma y construcción actuales, y diluyendo, por decirlo así, los esfuerzos de compresión entre la armadura metálica, con su cimentación correspondiente, y la fábrica actual, de manera que no trabaje esta a más de 6 o 7 kilogramos por centímetro cuadrado.

Para determinar el estado actual de equilibrio del monumento, que dista mucho de ser el de la primera época de su construcción, hay que encasillarla entre líneas imaginarias, horizontales y verticales, geométrica y matemáticamente trazadas proyectando en un plano horizontal todos los arcos y bóvedas, y nivelando todos los basamentos sobre el pavimento, con un nivel de aire, con la pulcritud que se emplea habitualmente para medir las bases geodésicas.

Si se tratara de hacer cualquier operación provisional o definitiva con pilotes, sería prudente no olvidar lo peligroso de las trepidaciones, que pudieran dinamizar las fuerzas estáticas de la construcción.

En una palabra: considero al Pilar como uno de esos enfermos reumáticos, muy aparatosos por su mal aspecto, que entran en un balneario más muertos que vivos en apariencia; pero que salen de él, al cabo del clásico novenario, rejuvecidos, ágiles, contentos, completamente restablecidos y prestando salud.

El Pilar también, a pesar de su mal aspecto, se curará muy pronto y adquirirá toda su integridad estática tomando mucho caldo cemento y un buen tónico ferruginoso.

Pero esta afirmación dista mucho de ser caprichosa; recordaré con este motivo que Zaragoza, construida toda ella sobre terrenos de acarreo, es la ciudad reñida con la línea vertical; muchos de sus edificios, tanto públicos como particulares, están desplomados, y algunos en estado ruinoso.

¿Por qué? Por la desnivelación constante de su terreno movedizo.

Se produce en la ciudad un fenómeno extraordinario, que lo explica todo, y es que los pozos negros se limpian automáticamente por los arrastres que producen las corrientes subterráneas del agua.

¿Hay acaso razón alguna para dudar de que las corrientes de agua subterránea, que arrastran al través de la masa del subsuelo millares de toneladas de inmundicias, no sean capaces de llevarse al mismo tiempo la deleznable y tenue arcilla y los pequeños y movedizos granos de arena del terreno?

Estos arrastres, que al cabo de los años suman muchos miles de metros cúbicos, son la causa constante de la depresión caprichosa y desigual del suelo en que se apoyan los edificios de la capital aragonesa.

El cerrar los ojos a la realidad, cuando se trata de resolver cuestiones tan transcendentales como la presente, es un verdadero acto de demencia, muy lamentable en el profano, pero imperdonable en todos aquellos que, iniciados en la ciencia, sientan un amor leal y sincero al noble pueblo aragonés y a su excelsa Patrona, la Virgen del Pilar.

El templo del Pilar tiene, a semejanza de ser humano, compuesto de cuerpo y alma una parte material y otra inmaterial: la primera es el cuerpo del edificio, la materia de que se forma su construcción; la segunda es la fuerza, que es la esencia de su vida, inmaterial, intangible, que atraviesa por doquier las masas arquitectónicas, blandas duras, invade todo su ser, llegando hasta la molécula, hasta el último de sus átomos.

Su equilibrio es la vida; su desequilibrio, la ruina y la muerte.

Devolvamos, pues, al preciado monumento esa vida, huye de sus entrañas; devolvámosle el equilibrio perdido, su vida estática; devolvámoselo a este cuerpo arquitectónico enfermo, a este ser querido; esto es lo que desea de todas veras su afectísimo, seguro servidor, g. b. s. m.,

M. ALBERTO DE PALACIO.



 

(1) https://prensahistorica.mcu.es 

Imagen Pixabay.com


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