La Correspondencia
de España, 18 de febrero de 1912 (1)
EL
PILAR SE HUNDE
OPINION
DE UN TECNICO
Sr. D. Leopoldo Romeo.
Muy
señor mío: Confirmo a usted mi carta anterior del 31 de enero último, en la que
le decía, entre otras cosas, que no basta el dinero para conseguir que el Pilar
no se hunda, y hoy, ratificándome, desgraciadamente, en mi profecía, añadiré
que con los dos millones y pico de pesetas que se piensan destinar a las obras
de reconstitución del Pilar no se evitará su ruina; pero añadiré algo, más
peregrino todavía, y es que para consolidar el Pilar y evitar su ruina basta y
sobra con mucho menos dinero que el indicado.
La
razón es obvia; el diagnóstico del enfermo, erróneo, y errónea resulta la
terapéutica aplicada. Analizaré la cuestión, tratando los distintos
procedimientos propuestos por el mismo orden en que aparecen publicados en el
número de ayer de LA CORRESPONDEN- CIA DE ESPAÑA, a saber:
1.°
Se propone el atirantado, con tirantes de hierro en las pilastras.
Si
lo que se muéve y lo que falla está por debajo del cimiento, que sirve de base,
¿bastarán acaso los tirantes colocados en la parte superior, por encima de la
cornisa? Y en cuanto al encintado de los pilares, le diré que constituye una
operación secundaria, que sólo adquiere valor cuando se combina con una
armadura metálica, que es en este caso la parte fundamental de la obra.
2.°
Sostener con soportes las pilastras y hacer profundas excavaciones, renovando
totalmente la cimentación para hacerla de cemento portland, evitando con la
hidraulicidad del material los perjuicios de las filtraciones.
Conviene
tener presente que sobre cada uno de esos cuatro pilares gravitan unos tres
millones de kilogramos, procedentes del peso de la bóveda, de los arcos y del
mismo pilar; así es que resulta una obra más fantástica que real y práctica el
suspenderlos en el espacio para trabajar debajo de los mismos.
Además,
para sostener esos soportes, en forma de andamios ciclópeos, será necesario
construir lateralmente cimientos provisionales tan importantes como los
actuales, puesto que tienen que sostener el mismo peso, luego volverlos a
construir nuevamente en su sitio definitivo, o sea debajo y a plomo de cada
pilar, lo cual había de costar sumas de gran consideración.
Pero
lo lamentable del caso es que, aunque la obra fuese gratuita y hecha por arte de
encantamiento, seria de un resultado poco menos que inútil, porque no se
evitaría la descomposición del terreno, que es el verdadero causante de la
ruina.
El
hacer hidráulica la obra de la cimentación, para evitar los perjuicios de las
filtraciones, es también otra equivocación. ¿Son acaso de azúcar, que se
disuelve en el agua, las fábricas actuales?
Estas
se hicieron expresamente para permanecer en el subsuelo, siempre húmedo, así
como han durado sin alteración sensible varios años y siglos, durarán otros
muchos en el mismo estado.
Téngase
presente que la obra no se ha movido hasta que ha cedido el terreno y que la
cimentación se encuentra en perfecto estado de solidez.
Finalmente,
dice LA CORRESPONDENCIA: Las principales causas del mal estado del Pilar son:
insuficiencia de cimentación y debilidad de los contrarrestos laterales.
Este
es otro nuevo error, porque el edificio fue muy bien proyectado por el gran
Herrera, y si hubiesen sido débiles los soportes, se hubieran resentido desde
un principio y no muchos años después, coincidiendo casualmente con el
movimiento de depresión del terreno.
La
falta de sección en los pilares hubiera producido aplastamiento en sus hiladas;
pero aquí no se ven síntomas de este fenómeno. sino única y exclusivamente
asientos desiguales de cada uno de los cuatro pilares.
El
aplastamiento se manifiesta con evidencia y se caracteriza por el sentido y
dirección de las grietas; por la forma, proporción tamaño de las esquirlas de
las juntas lesionadas.
Para
formular estos diagnósticos hay que proceder con gran cautela y discreción, porque
de ellos depende el tratamiento que se adopte, o sea las obras que se han de
ejecutar, de las cuales dependerán la estabilidad o la ruina del edificio, la
vida o la muerte del monumento.
Al
tratar de la cuestión de los empujes laterales, sólo diré que son una
consecuencia del nuevo estado de equilibrio del sistema constructivo, tal como
se encuentra en la actualidad; pero que consolidado el terreno movedizo en que
se apoya, se restablecerá de nuevo su estado normal, de manera que los atrios
proyectados con este objeto, y que tienen presupuesto de 1.200.000 pesetas, son
completamente innecesarios.
Además, el aumentar la base de sustentación de
cada pilar, como también se propone, es de un resultado problemático.
Es
una operación dificilísima y de resultados muy dudosos, empleando obras de
fábrica, el poder asociar la fuerza reactiva de una cimentación perimétrica
cierta amplitud a la de la cimentación primitiva por donde pase la fuerza
resultante de las compresiones y que tiene ya hechos todos sus asientos.
Siento
mucho que la índole de la pregunta haya hecho tan larga, y quizá confusa, la
respuesta, porque soy un enamorado de la concisión y de la claridad.
Diré,
para terminar, que entiendo que aquí se trata por ahora de dar estabilidad al
Pilar, y no de embellecerlo, y que, por consiguiente, no procede pasar a la
segunda parte sin haber resuelto la primera.
Creo
que conviene, ante todo, impermeabilizar el terreno por el conocido procedimiento,
sancionado por la práctica, del escudo du bouclier, a base de cemento de fraguado
lento con arena muy pura y muy fina.
Hecho
esto, conviene obtener experimentalmente su coeficiente de resistencia hasta un
límite de 5 kilogramos por centímetro cuadrado, para saber a ciencia cierta el
grado de estabilidad obtenido.
El
problema tiene una segunda ecuación, cual es el recalce y reforzado de los
pilares; esta última operación tiene que hacerse armándolos, conservando su
forma y construcción actuales, y diluyendo, por decirlo así, los esfuerzos de
compresión entre la armadura metálica, con su cimentación correspondiente, y la
fábrica actual, de manera que no trabaje esta a más de 6 o 7 kilogramos por
centímetro cuadrado.
Para
determinar el estado actual de equilibrio del monumento, que dista mucho de ser
el de la primera época de su construcción, hay que encasillarla entre líneas
imaginarias, horizontales y verticales, geométrica y matemáticamente trazadas proyectando en un plano horizontal todos los arcos y bóvedas, y nivelando todos
los basamentos sobre el pavimento, con un nivel de aire, con la pulcritud que
se emplea habitualmente para medir las bases geodésicas.
Si
se tratara de hacer cualquier operación provisional o definitiva con pilotes,
sería prudente no olvidar lo peligroso de las trepidaciones, que pudieran
dinamizar las fuerzas estáticas de la construcción.
En
una palabra: considero al Pilar como uno de esos enfermos reumáticos, muy aparatosos
por su mal aspecto, que entran en un balneario más muertos que vivos en apariencia;
pero que salen de él, al cabo del clásico novenario, rejuvecidos, ágiles,
contentos, completamente restablecidos y prestando salud.
El
Pilar también, a pesar de su mal aspecto, se curará muy pronto y adquirirá toda
su integridad estática tomando mucho caldo cemento y un buen tónico
ferruginoso.
Pero
esta afirmación dista mucho de ser caprichosa; recordaré con este motivo que
Zaragoza, construida toda ella sobre terrenos de acarreo, es la ciudad reñida
con la línea vertical; muchos de sus edificios, tanto públicos como
particulares, están desplomados, y algunos en estado ruinoso.
¿Por
qué? Por la desnivelación constante de su terreno movedizo.
Se
produce en la ciudad un fenómeno extraordinario, que lo explica todo, y es que
los pozos negros se limpian automáticamente por los arrastres que producen las
corrientes subterráneas del agua.
¿Hay
acaso razón alguna para dudar de que las corrientes de agua subterránea, que
arrastran al través de la masa del subsuelo millares de toneladas de
inmundicias, no sean capaces de llevarse al mismo tiempo la deleznable y tenue
arcilla y los pequeños y movedizos granos de arena del terreno?
Estos
arrastres, que al cabo de los años suman muchos miles de metros cúbicos, son la
causa constante de la depresión caprichosa y desigual del suelo en que se
apoyan los edificios de la capital aragonesa.
El
cerrar los ojos a la realidad, cuando se trata de resolver cuestiones tan
transcendentales como la presente, es un verdadero acto de demencia, muy
lamentable en el profano, pero imperdonable en todos aquellos que, iniciados en
la ciencia, sientan un amor leal y sincero al noble pueblo aragonés y a su
excelsa Patrona, la Virgen del Pilar.
El
templo del Pilar tiene, a semejanza de ser humano, compuesto de cuerpo y alma una
parte material y otra inmaterial: la primera es el cuerpo del edificio, la
materia de que se forma su construcción; la segunda es la fuerza, que es la
esencia de su vida, inmaterial, intangible, que atraviesa por doquier las masas
arquitectónicas, blandas duras, invade todo su ser, llegando hasta la molécula,
hasta el último de sus átomos.
Su
equilibrio es la vida; su desequilibrio, la ruina y la muerte.
Devolvamos,
pues, al preciado monumento esa vida, huye de sus entrañas; devolvámosle el
equilibrio perdido, su vida estática; devolvámoselo a este cuerpo arquitectónico
enfermo, a este ser querido; esto es lo que desea de todas veras su afectísimo,
seguro servidor, g. b. s. m.,
M. ALBERTO DE PALACIO.
(1) https://prensahistorica.mcu.es
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