EVITAR
QUE LOS NIÑOS BLASFEMEN
El
Ideal gallego, 15 de abril 1944
Los
niños que blasfeman
Hay
que velar por la educación espiritual de la infancia (Jose Castellón)
Por
desgracia hay muchos niños en la calle abandonados a su albedrío. Unos, ganándose
el pan en menesteres de venta callejera, pordioseando otros y la mayoría,
entregados a sus juegos, sin ninguna vigilancia tutora. Y no es raro, al pasar
cerca de ellos oírles proferir blasfemias. No les culpéis a los que las dicen,
que casi todos ignoran la significación y alcance de sus palabras, sino a las
personas mayores, de su familia, que no se preocupan de darles la debida
educación, que no los corrigen y lo que peor, son ellas mismas es las que les
dan mal ejemplo. Los niños blasfemos no son sino el reflejo del ambiente que reina
en sus hogares.
Esos
pequeñuelos, entregados a una libertad impropia de su edad, que corretean como
canes vagabundos, forman legión de futuros hombres peligrosos para la sociedad
y en si mismos encontraran la mayor desdicha .Al que escupe al Cielo, la saliva
le cae al rostro; se dice corrientemente y es cierto. Porque la blasfemia es el
salivazo de la ira, de la soberbia que se encabrita, de la colera; y todo ello
a nadie daña más que a quien lo siente, al que no sabe frenarse con la
mansedumbre, la humildad o la templanza.
Los
niños callejeros se van haciendo a una existencia sin freno, que luego, al ser
mayores, no habrán adquirido el habito de sujetarse al trabajo e
inevitablemente caerán en el vicio, que hará de ellos esa funesta capa social
de los bajos fondos, integrada por maleantes de toda clase de géneros, vagos,
rateros, timadores. etc.
La
blasfemia en esos niños se va haciendo costumbre y no sólo supone vivir en
pecado, sino un ejemplo nefasto para los demás niños que los rodean, y un
desacato a la moral pública. La menor contrariedad hace a los soberbios
blasfemar. No están educados en la resignación cristiana, punto esencial pare
saber sufrir con calma los entorpecimientos que la vida pone ante la voluntad
que quiere ver realizados todos sus deseos, sin detenerse la pensar que otros
seres sufren mucho más y que la mayoría de las veces es el propio individuo el culpable
de sus males. Estos chiquillos empiezan por insolentarse ante la más pequeña
traba a sus deseos. Primero con motivos de sus juegos; después será por motivos
que afecten a su vida. La blasfemia es la protesta de la soberbia que increpa,
que se revuelve, que no sabe dominar su orgullo. Y la blasfemia les va haciendo
iracundos irritables, atrofiando todo noble sentimiento humano.
Algunas
veces las autoridades han tratado de conseguir la extirpación de la blasfemia;
pero a decir verdad no se ha realizado todavía una labor enérgica. Leopoldo Romeo
cuando fue gobernador de Madrid, ordeno que se pusieran en las calles unos
rótulos advirtiendo que se prohibía blasfemar bajo la multa que se fijaba. Реrо
aquella excelente medida no se. cumplió con exactitud y terminó por caer en olvido.
Hay
que pensar un poco. Nada tan hermoso para una ciudad civilizada como la limpieza
de esa suciedad que es la blasfemia. No es sólo la basura de las calles lo que hay
que recoger para hermosear las poblaciones y sanearlas. Ese otro detritus del
alma es todavía más infeccioso pare la salud pública y para la belleza urbana.
De nada valdrá dotar a una ciudad de grandes y espaciosas avenidas, modernos
edificios, artísticos monumentos y deliciosos jardines, si sus moradores no están
educados en el respeto que deben a sus semejantes y aseados con la más atildada
moralidad, pues producirá el efecto de un elegante salón, cuyas ricas alfombra:
fueran pisoteadas por una piara de cerdos
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Imagen: Pixabay.com
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