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El Regional (diario de Lugo), 4 de
abril de 1930 (1)
El
abuelo “Pantorrillas”
Leopoldo
Romeo solía contar, con gracejo muy baturro ciertamente, el caso del abuelo
«Pantorrillas›. Sucedido o cuento, tiene sabor de la tierra, que ya refleja por
igual la socarronería y, el sentido práctico de nuestros campesinos.
Era el
abuelo «Pantorrillas» un cacicon lugareño, amo y señor de la voluntad política
en su aldea y en unas cuantas leguas a la redonda, Candidato que aspirase a
representar aquel distrito, tenía que bailarle el agua al abuelo
«Pantorrillas», O se quedaba compuesto y sin novia.
Como buen
aragonés, el cacicón era rumboso. Y desinteresado, a su manera. Nunca pedía
nada para él. Atosigaba a diputados y gobernadores, magistrados y jueces, médicos
de la Comisión mixta y jefes de obras públicas con peticiones frecuentes. Pero siempre
pedía para los demás.
—Fulano
quiere ser alcalde. A Mengano hay que hacerlo juez municipal. El chico de
Parengano «tiene que resultar estrecho de pecho”. Esa carretera ha de pasar
forzosamente por la finca del Zutanico.
En
provecho personal suyo jamás se le ocurrió molestar a ninguno de sus poderosos
amigos.
Realmente,
lo que le interesaba era conservar aquella fuerza política, a la que no daba el
mejor empleo, ciertamente. Y la conservaba así: pidiendo para todos y sin pedir
nada para si mismo.
Un diputado
que le debía el acta varias veces, y con el acta un sinfín de comilonas y de
agasajos, puso empeño en demostrarle su gratitud y en recompensar tantos y tan dilatados
servicios.
-Abuelo
“pantorrillas”, es usted un tipo verdaderamente curioso. Siempre está usted
pidiendo para los demás y nunca pide nada para usted mismo.
- Ni
pienso.
Pero
yo quiero agradecerle los muchísimos favores que le debo. Pídame usted algo.
- ¿Yo?
¿Pa qué?
-Para
conseguírselo, sea lo que sea. Para intentarlo, al menos, con toda mi voluntad
y con todas, mis fuerzas.
—Que
no, que no. No se canse.
—Pues
tiene que ser. Es una obligación mía. Y me dará usted la satisfacción más
grande de mi vida, aceptándolo. De manera que vamos a ver: pida usted por esa
boca.
—¡Si
hasta entonces no ha de llover!
—¿Quiere
usted que no hagamos jefe de Administración civil?
—No
estoy por vestirme de másсага.
-
¿Quiere usted que le trabaje el gobierno de una provincia sosegadas
—No
salgo de mi pueblo, como no me sierren los tobillos.
-
¿Quere usted un título?
-
¿Pergaminos con alpargatas? Se. la “risión”.
—Pues
algo tiene usted que aceptar, ea. Es ya para mi una cuestión de puntillo. Se me
comen los ‹correligionarios› echándole en cara que no hago nada por usted.
—Somos
buenos amigos. Ya es bastante.
-No es
bastante. Quiero, exijo – exijo, ¿entiende usted bien? – que, acepte alguna
cosa en prenda: de mi reconocimiento.
El
abuelo “Pantorrillas” rascóse, la cabeza, Y al cabo dijo, con ingenuidad
pacata, con ironía sutil, o con, ambas cosas a un tiempo
-Bueno,
bueno, Si tanto se. empeña, me dé usted “una jubilación”.
A
primera vista, este chascarrillo parece totalmente pasado de actualidad.
Sin
embargo, conserva fresca su perfume. Y es perfectamente aplicable a las
circunstancias. Porque se susurra que, a la hora de ahora, un verdadero plantel
de abuelos Pantorrillas solicitan “jubilaciones” por lo que no hicieron durante
seis años bien corridos.
JUAN JOSÉ LORENTE
JUAN
JOSÉ LORENTE.
https://biblioteca.galiciana.gal/gl/inicio/inicio.do (1)
Imagen: Pixabay.com
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