Galicia Nueva, 12 de agosto de
1925 (1)
Barracas y mendigos
Ya no queda en Madrid una sola
choza miserable. Los bomberos las han destruido todas; pero la promesa de que
serían recogidos los mendicantes para instalarlas en lugares más humanos que
los que han venido siendo, hasta ahora, refugio de desheredados y trashumantes,
no se ha cumplido.
Recuerdo que la noticia produjo un
excelente efecto. Iban a desaparecer todas esas caravanas de mendigos
profesionales que recorren los cafés en busca de las doce o trece pesetas que
ordinariamente recaudan, por día, cada uno de sus individuos; no nos obligarían
más a cerrar los ojos los mutilados de las esquinas; desaparecerían, al fin,
los dormitorios al aire libre que, en verano, es, por triste sinó, una de las
características de este Madrid generoso y desprendido, pero; también, un poco
indiferente.
Las chozas han sido destruidas en
nombre de la higiene pública, pero como consecuencia de ello y por no haberse
habilitado simultáneamente nuevos locales para acoger a los desgraciados que las
habitaban, en vez de desaparecer o de disminuir, se han multiplicado los
mendigos y es imposible andar por la calle sin que nos acechen a cada paso
invocando el nombre de todos los santos conocidos y ofreciéndonos, como
estímulo de caridad, el relato de las más desconcertantes miserias.
Alguno, se atreve a decir:
-¡Yo vivía en una choza de la
Alhóndiga, señorito, y me he quedado sin habitación; duermo en la calle, como
lo que me permiten comer las limosnas. No soy un pobre como los demás ni estoy
acostumbrado a pedir. Sea usted bueno y socórrame.
Hace unos años, surgieron dos
bandos de periodistas y escritores; los que con Roberto Castrovido, sostenían
que a los pobres se les debía socorrer sin condiciones ni filosofías y los que,
con Leopoldo Romeo, opinaban que dar limosnas a un pobre callejero era restar
dinero y posibilidades a una persona de renegación. La opinión de Castrovido es
más generosa y tiene puntos de contacto con el Decálogo. La de Romeo, es
política, de hombre de gobierno, pero, puede decirse que ha fracasado en la
limosna indirecta- porque se da para propio lucimiento o recreo- de las fiestas
de caridad, incluyendo en ellas la de la Flor, que no se traduce más que en
abusos de ridícula especie y en unas cuantas sátiras oportunistas de los
periódicos.
Pero, entre ambas opiniones, está
la más lógica y la más humana de todas: el amparo incondicional del Estado, el
noble y equitativo funcionamiento de las Asociaciones benéficas, sin normas
ciudadanas ni obligaciones o sistemas que no todos podemos observar.
¿Era fácil, por mucho que se
empeñara en ellos el ilustre Romeo, convencer a los ciudadanos de que no debían
en ninguna ocasión, atender al requerimiento de un mendigo? Cada uno es como es
y si para otras funciones sociales, resultan eficaces las recomendaciones
oficiales al público, para eso de las limosnas, no. Todos nos creemos, en un
instante dado, mejores que los que redactan un bando o responden a un acuerdo
corporativo, y sin perjuicio de lo que se haga, después en beneficio de los
pobres, damos la limosna, y en paz.
Ello es que la nueva de que iban a
ser recogidos los pobres callejeros en Madrid y la total destrucción de las
chozas de la Alhóndiga, han coincidido con el aumento de la mendicidad con los
tristes espectáculos nocturnos El Prado es como un hospital inmenso. En cada
banco hay una persona que duerme. Junto a las puertas del viejo Hospicio,
dependencia actualmente habilitada para oficinas municipales, se tumban chicos
y grandes, convenientemente esparcidos sobre la hierba de los jardincillos
abandonados. Las paredes del convento de damas catequistas de Chamberí, son
cabecera del lecho de muchos desgraciados que descansan sobre la acera. Y,
luego, la hilera de jeremiacos, de pidolones, de lisiados, de golfillos sin
familia ni cobijo, de pobres muchachas lanzadas a la prostitución desde los
doce años de viejos que van muriéndose poco a poco….
¡En verano es cuando nos damos perfecta cuenta de estas infames desigualdades sociales y presidentes de Asociaciones sin espíritu que achacan la miseria a la falta de casinos de juego en donde se pierda el dinero que ha de ir a parar a manos de los menesterosos! ¿De modo que para que los ricos satisfagan las primeras necesidades de los pobres, hay que robarles los billetes en un garito? Debería caérsele la lengua al que lo dice. Porque es cierta, rigurosamente cierta, la aseveración. Pero ¿y la vergüenza de que lo sea? ¿No es para que el sonrojo nos llegue hasta el fondo del alma? ARTURO MORI
(1) https://biblioteca.galiciana.gal/gl/inicio/inicio.do
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